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De política y cosas peores

ARMANDO CAMORRA

Aplaudo, y con ambas manos, para mayor efecto, la creación del grupo plural -tan singular- llamado Colectivo por México. Es un conjunto de ciudadanos y ciudadanas a quienes preocupan el presente y el futuro del país, y que no quieren verlo destruido por el autoritarismo y la demagogia populista. Pese a mi entusiasmo, sin embargo, no puedo evitar el pensamiento de que una agrupación así, formada por personas de diversas ideologías y con filiaciones partidistas diferentes, corre el riesgo de quedar sólo en la categoría de denunciante, sin pasar de la teoría a la práctica. En la circunstancia actual de México todo ente político -y este movimiento lo es- ha de desembocar por fuerza en el terreno de lo electoral. Las llamadas de atención son útiles, pero no pueden quedar únicamente en eso. Las batallas deben librarse en el campo de batalla. De la labor de ese grupo de valiosos mexicanos y mexicanas tiene que salir una acción concreta tendiente a evitar que el país siga en manos de quienes lo están destazando: el monarca de la 4T y sus cortesanos. Desde luego no sugiero en modo alguno la creación de un partido -bastantes tenemos ya, y muy caros-, pero sí esperaría la propuesta de un candidato o candidata presidencial viable para hacer frente con posibilidades de éxito a la corcholata que el Caudillo destape, y a través de la cual seguirá ejerciendo el poder a la manera del maximato callista. La aparición en la escena pública del Colectivo por México es un acontecimiento de gran importancia, plausible y meritorio. Constituye por sí mismo un aporte de consideración al bien de este país. Sus integrantes merecen nuestro reconocimiento y apoyo. Pero ya sabemos que a López las palabras le entran por un oído y le salen por la boca. Son las acciones democráticas las que eventualmente servirán de freno y contrapeso a su ansia desbocada de poder, a su mesiánico afán por perpetuar su dominio personal, a los continuos yerros que tan graves daños causan a la nación. Debemos hablar por México, sí, pero debemos, sobre todo, actuar por México. Mientras tanto hago llegar mi efusivo aplauso a ese movimiento ciudadano y a quienes forman parte de él. La prepotencia, el insulto pedestre y el desprecio por las instituciones y las leyes tienen ahora una respuesta nacida de la inteligencia, de la razón y del amor a México. Don Algón fue a pasar un fin de semana en un hotel de playa con una espléndida rubia de azules ojos y prominentes y sinuosas curvas. Tan pronto se vieron a solas en la habitación, el salaz ejecutivo puso en práctica la expeditiva máxima que se enuncia con la culterana frase: "A lo que te truje, Chencha", y aun antes de desempacar fue hacia la atractiva fémina. Ella lo detuvo y procedió a hacer algo que desconcertó al maduro galán. Por principio de cuentas mostró que no era rubia: se despojó la blonda peluca que llevaba, estilo Lauren Bacall,  y quedó bastante pelona, por decirlo de alguna manera. En seguida se quitó los pupilentes: sus ojos no eran azules, sino de un color desvaído sin registro en el disco de Newton. No sólo eso: en sus formas, como en las de la chiquita que iba por Madero y Gante, relleno tan sólo había. Su opulento busto y su magnificente caderamen eran almohaditas. Sin ellas quedó enjuta y esmirriada. Don Algón no necesitó hablar: su expresión dejó ver su desencanto. Advirtió eso la engañadora y le dijo: "Usted también dio un nombre falso al registrarse en el hotel".  (En ocasión similar un cierto amigo mío declaró que se llamaba Miguel de Cervantes Saavedra. Le dijo el hotelero: "Me parece haber oído su nombre. ¿Sale usted en la televisión?"). FIN.

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Escrito en: De política y cosas peores Armando Fuentes Aguirre Catón

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