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Corrección política

CARLOS CASTAÑÓN CUADROS

Más allá de la tecnología, lo que va del siglo XXI puede caracterizarse como el siglo de la corrección política. Una palabra, un gesto, o una opinión pueden ser motivo de linchamiento. Para el caso, no importan los argumentos, sino las reacciones por aquello que se considera "correcto", así sea absurdo o visiblemente contradictorio.

Ortega y Gasset consideraron que vivimos bajo el brutal imperio de las masas. En su versión actualizada, se impone la tiranía del "pensamiento" políticamente correcto. Bajo ese supuesto, hasta la más célebre obra de arte es equiparada con pornografía. ¡Toda una obscenidad!

A la magnificencia de los murales de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, repleta de desnudos, sobrevino la corrección del Papa Pío IV, quien mandó tapar los rabos en 1564. Algo similar sucedió después con las esculturas que pueblan el Vaticano. Para evitar los genitales expuestos, se añadieron hojas de parra e higueras. Hasta la fecha, los curiosos pueden apreciar las hojas en los cuerpos. Sin embargo, la historia no deja de ser irónica. Un buen día, el duque de la Toscana regaló a la reina Victoria, una copia del David en 1857. Según la leyenda, la enorme pieza sorprendió por su entera desnudez a la reina, quien mandó tapar la pudenda parte expuesta con una hoja de parra. Quizá la anécdota nos resulta graciosa, pero muestra la mentalidad de la época victoriana, en relación a los cuerpos y el sexo. Con razón, en su famosa historia de la sexualidad, el filósofo francés Michel Foucault, se preguntó si después de esos dos largos siglos estaremos ya liberados de aquella moral.

A veces las cosas no cambian mucho y prevalece la corrección, a fin de conseguir un jugoso trato económico. De esa manera, en 2016 se repite la historia. La visita del mandatario iraní a Roma, llevó a las autoridades italianas, a cubrir los desnudos en varias salas donde pasó el gobernante. Se preparan unos plafones blancos para cubrir las esculturas, a fin de evitar las escenas de pudor. Por entonces se dijo que fue una forma de respeto a la cultura y sensibilidad. Así el eufemismo.

Como obra extraordinaria, el David continúa conmoviendo. Al ver esa pieza, uno se queda boquiabierto. Frente al mármol, tratamos de imaginar la maestría y perfección del artista para dar vida a la roca. Filas y filas abarrotan la sala. Siglos después, su presencia nos asombra.

Hace unas semanas, en una escuela de la capital del estado de Florida, Tallahassee, la maestra Hope Carrasquilla, se vio obligada a renunciar. La causa: mostrar a los alumnos de sexto grado una imagen del David, dentro la clase de historia del Renacimiento. Algunos padres se quejaron y presionaron a la junta de la escuela para reprender y despedir a la maestra. Según las quejas, los padres asociaron la obra clásica a la pornografía. ¡Creo porque es absurdo! La calificación de la obra como obscena, es sin duda, ridícula, pero también muestra una cierta mentalidad en el estado que suelen decidir elecciones para la presidencia de los Estados Unidos. Congruente con esa manifestación, el gobernador Florida, Ron DeSantis, se presenta como guardián moral, frente a los grupos de la diversidad sexual y otros ámbitos a favor de los derechos civiles. El más reciente litigio lo llevó contra el parque de diversiones Disney, por oponerse a la tolerancia hacia dichas minorías. Desde antes, DeSantis promovió una ley para restringir la enseñanza de la educación sexual y la identidad de género. Lejos de ser excepción, las luchas del gobernador lo empujan en sus aspiraciones presidenciales. Ya rebasa a Donald Trump en las encuestas y al grisáceo presidente Joe Biden. Para 2024, no nos extrañe su posible avance electoral. Veamos otra perspectiva. Los amantes y defensores de las armas en Estados Unidos, ya olvidaron la masacre de San Valentín en 2018, cuando en la escuela secundaria Marjory Stoneman Douglas, de Parkland, Florida, un exalumno de 19 años, mató a 17 personas con un rifle de asalto. El contraste es lapidario, porque allá, las armas no son obscenas, ni objeto relevante de indignación. Quizá convenga decirlo con corrección política: son un derecho que protege la segunda enmienda de la constitución.

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