No deja de llamar la atención que el proyecto geopolítico de los BRICS: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, que busca modelar el desarrollo global y convertirse en un contrapeso del G7, haya captado más la atención de los medios mexicanos que los informes sobre la desaceleración económica de China y su débil recuperación. Porque las dificultades a las que se enfrenta la segunda economía del mundo tienen un impacto directo en el crecimiento global. Datos recientes confirman que la economía china perdió impulso en el segundo trimestre, cayeron sus exportaciones y persiste una baja demanda en el mercado interno. La crisis del sector inmobiliario continúa y la desaceleración en el sector de bienes raíces amenaza con extenderse. Está por verse si el paquete de reformas financieras, incluyendo una baja moderada en las tasas de interés, la reducción a la mitad del impuesto sobre las transacciones bursátiles y algunos otros estímulos para recuperar la confianza de los consumidores, reimpulsar la construcción y enfrentar el desempleo juvenil, arrojan los resultados deseados.
Lo cierto es que la reactivación económica de China está siendo más lenta de lo esperado. Hecho que motiva preocupación en Asia, pero también en Occidente. La economía mundial es cada día más global: las potencias y las economías emergentes más dependientes entre sí. Estados Unidos y China, inmersos desde antes de la pandemia en una serie de confrontaciones y fricciones, están buscando encontrar formas de entendimiento, vías de solución para resolver algunas de sus principales diferencias. Ambos reconocen la necesidad de reconducir y mejorar sus relaciones. Para muchas empresas estadounidenses y europeas, reducir los riesgos de sus inversiones, operaciones, cadenas de suministro y fabricación en China es indispensable, aunque ahora resulta más evidente que una desvinculación o desacoplamiento completo es imposible. Hay importantes retos para hacer negocios en y con China, también para exportar a ese país; sin embargo, hay igualmente nuevas e importantísimas oportunidades de relocalización estratégica.
Aunque China sea la mayor potencia comercial del mundo, con el 18% del PIB mundial, los desafíos que plantea a la seguridad internacional no pueden dejarse de lado u ocupar un segundo plano. Para las potencias y las economías emergentes es imperativo encontrar fórmulas para mantener relaciones económicas razonablemente estables, aunque tengan relaciones geopolíticas antagónicas o conflictivas. Resulta primordial mantener una clara distinción entre negocios, transacciones y relaciones comerciales que involucran a empresas y gobiernos, y la cooperación militar, los intercambios derivados de pactos, compromisos de defensa, acuerdos de coordinación y ayuda entre países aliados.
Estados Unidos sabe muy bien que no está en riesgo su hegemonía militar, ni su poderío naval, a pesar del impresionante proceso de modernización de las fuerzas armadas y navales de China. De las 750 bases militares estadounidenses, más de 300 se localizan en el este de Asia. Un reciente acuerdo alcanzado con Filipinas les dará acceso a cuatro bases adicionales en el archipiélago, permitiéndoles reforzar sus operaciones de despliegue rápido y maniobrabilidad en el Mar del Sur de China. Washington aprobó hace pocos días un paquete de ayuda militar a Taiwán por 345 millones de dólares, un monto modesto en comparación con las ventas multimillonarias de equipos y servicios de defensa, contratos y transacciones enteramente comerciales. Lo relevante es que use por primera vez ese paquete como parte de un programa de asistencia financiera gubernamental, de donaciones para fines militares, destinado a apoyar a estados soberanos, elevando el enojo y la desconfianza de China. Las tensiones en torno a Taiwán, por supuesto, han escalado.
Mientras EUA insiste en que mantiene inamovible la política de una sola China, sin dejar de garantizar, al mismo tiempo, la capacidad de autodefensa de Taiwán, China ha denunciado dicha aprobación, al igual que los acuerdos alcanzados en la reciente cumbre de lideres de EUA, Japón y Corea, como amenazas graves para la paz y la estabilidad de la región. El gobierno demócrata podría estar considerando recalibrar su "ambigüedad estratégica" respecto de su defensa de Taiwán, consciente de la postura republicana. Máxime que produce más del 90% de los semiconductores avanzados del mundo.
La administración estadounidense reconoce que las sanciones y restricciones impuestas a China pueden afectar sus intereses. Ello explica los intensos y difíciles diálogos recientes sostenidos por el secretario de Estado, la secretaria del Tesoro y el enviado especial para el cambio climático. La secretaria de Comercio acaba de concluir otra importante visita a China para impulsar y mejorar el comercio de bienes y servicios, el más grande del mundo (760,900mdd), aun si prevalece la decisión de prohibir las inversiones estadounidenses en China, precisamente en aquellas industrias críticas que comprenden tecnologías como la computación cuántica, los últimos avances en la producción de semiconductores, la red 5G y la inteligencia artificial.
El gobierno de México necesita comprender a fondo la dinámica cambiante de las relaciones comerciales entre ambos, sobre todo las que mantiene con ambos. Debe anticipar como aprovechar las ventajas tanto del T-MEC como del Tratado de Asociación Transpacífico. No basta limitarse a administrar las disputas comerciales existentes, conducir inercialmente sus relaciones políticas y económicas, intentando delinear una estrategia de cómo ampliar y mantener sus vínculos comerciales deficitarios con los países de la ASEAN, evitando provocar la desconfianza estadounidense o suscitar los recelos chinos, si busca participar constructivamente -no sólo asistir- a las reuniones cumbre del G20 en la India, en septiembre y del Mecanismo de Cooperación de Asia Pacifico (APEC) en San Francisco, en noviembre.
@JAlvarezFuentes
