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América Latina en busca del tiempo perdido

JORGE ÁLVAREZ FUENTES

Las oportunidades para cambiar el curso de los acontecimientos nacionales, regionales y mundiales parecieran estársenos yendo de las manos, ante tantas dificultades y desencuentros. Justo cuando más necesitamos concretarlas. El tiempo apremia. Hay demasiada polarización, se multiplican las divergencias. Son más la excepción que la regla las conversaciones constructivas, las plataformas propositivas, los esfuerzos concertados para lograr avances conjuntos, mirando hacia adelante. El tren de la historia no se detendrá para ningún país y no lo hará para América Latina y el Caribe, aun cuando algunos añoren que todo tiempo pasado fue mejor mientras otros estén dispuestos a doblar la apuesta por un mañana incierto. Sin excepción, las naciones del hemisferio enfrentan dificultades políticas, económicas y sociales; en mayor o menor grado, afrontan situaciones críticas. La agenda regional revela múltiples intentos de movilizar la voluntad de los gobiernos; pero sus capacidades de respuesta externa, ante la cantidad de problemas internos, están probando estar muy por debajo del pragmatismo que se pregona como necesario y urgente en la acción internacional.

Las declaraciones y discursos sirven como narrativas, pero no cambian los hechos. Imperan las diferencias ideológicas, sobre los valores democráticos; prevalecen los desacuerdos respecto de cómo avanzar juntos, cómo hacer que prosperen soluciones y respuestas, para ser compartidas y replicadas. Ningún país crece solo, ni puede resolver tantos retos solo. La formación de bloques y grupos de países se ha tornado perjudicial, como en épocas pretéritas. Proliferan los desplantes, conductas y posiciones encontradas, los encuentros bilaterales ríspidos, los desacuerdos públicos en foros regionales e internacionales. Numerosas relaciones deben normalizarse o recomponerse.

A pesar de la gravedad de las crisis recurrentes, en América Latina y el Caribe, no nos acabamos de poner de acuerdo, en lo fundamental, en torno a cómo actuar para encontrar una salida a las situaciones regresivas en Venezuela, Cuba, Nicaragua, Haití, El Salvador y Guatemala. Unos prefieren denunciar el injerencismo, otros las violaciones de los derechos humanos. Campean las diferencias de visión, de compromiso, sobre cuáles son las alternativas y los mejores caminos para resolver, crecer y construir juntos; discrepancias sobre cómo forjar acuerdos y honrar los compromisos contraídos. Y está ocurriendo entre vecinos, aliados y socios. La llevada y traída integración latinoamericana se tornó una esquiva quimera. La voluntad de actuar e imprimirle una dirección coherente, con unidad de propósitos, está muchas veces ausente cuando se intenta ampliar los espacios de diálogo intra y extra regionales. No hay una sola organización, organismo regional o mecanismo de integración y cooperación que no esté siendo cuestionada. La OEA, CELAC, UNASUR, Mercosur, SICA o la Alianza del Pacifico. Las evidencias, según la CEPAL, apuntan a una crisis "en cámara lenta", a una tercera década perdida. Las reuniones en la cumbre culminan con anuncios y propósitos, pero no redundan en resultados concretos.

La debilidad de los sistemas de partidos políticos convierte la construcción de mayorías legislativas y el ejercicio de gobierno en tareas extremadamente difíciles. Resultando prácticamente inevitable la proliferación de las demandas sociales insatisfechas, con niveles crecientes de animadversión política y de descomposición social. No es casual que, en muchos lugares de América Latina, la calle sustituya a las instituciones representativas como espacio para zanjar demandas insatisfechas, sea para buscar la mejoría de servicios públicos, para protestar y revertir decisiones impuestas por los poderes constituidos o fácticos, o para debatir vías de solución a las desigualdades e injusticias que continúan profundizándose.

Los líderes políticos y las sociedades latinoamericanas saben que es necesario y urgente cambiar el curso de acción y salir de los círculos viciosos en que se encuentran atrapados. Las diferencias, en ocasiones, no están tanto en el qué sino en el cómo. Mientras unos consideran que lo más necesario es construir y fortalecer las instituciones públicas, consolidar partidos políticos sólidos, defender poderes judiciales independientes, autoridades electorales imparciales y fuertes, en contar con disposiciones legales para proteger la libertad de prensa y favorecer el activismo de las organizaciones civiles, otros piensan todo lo contrario, que hay que transformarlas de raíz, desaparecerlas o acotarlas, incluso en el caso de las organizaciones multilaterales. Esto es, crispación en contra de lo que numerosos gobernantes populistas arremeten sin cesar, desafectos a promover reformas, refractarios a la colaboración y el escrutinio internacional, reacios a mantener regímenes democráticos, con sistemas de pesos y contrapesos.

Mis reflexiones provienen de examinar la pasada reunión de lideres sudamericanos, convocada por Brasil; al recordar la Cumbre de la Américas en Los Ángeles en junio pasado; al vislumbrar la cumbre de jefes de Estado de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y la Unión Europea, a celebrarse en Bruselas 17 y 18 de julio, estancada en un impasse desde 2015. La primera fracasó en su objetivo de relanzar la UNASUR, al no conseguir allanar el regreso de Venezuela. Anuncios de una moneda común o planes para una pronta integración subregional no dejarán de ser meras intenciones, juegos de artificio. La segunda, marcada por las exclusiones estadounidense, no ha conseguido suficiente tracción. La cumbre birregional buscará recuperar el diálogo faltante, superar las declaraciones sin seguimiento, desactivar agendas divergentes, negativas o críticas, cuando lo que urge es actualizar las relaciones comerciales, solventar los compromisos políticos, apuntalar y ampliar la cooperación y garantizar las inversiones. La ratificación del Acuerdo Global de México con la UE, modernizado y ampliado, tendrá que esperar por diferencias legales, después de una sentencia del Tribunal de Justicia europeo.

@JAlvarezFuentes

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