El camino a los comicios del próximo año en EUA tiene como protagonistas a un gorila en la habitación (mi columna la semana pasada, Parte I, sobre la candidatura de Biden), un caballo negro y un rinoceronte gris. En ciencia política, un rinoceronte gris es una amenaza previsible, a la vista y de gran impacto, sobre todo si no es confrontada a tiempo, y está emparentado tanto con el gorila en la habitación como con el improbable caballo negro.
Aunque tanto Biden como Trump son impopulares, EUA parece resignado a una repetición de la contienda de 2020. El disruptor más probable (o menos inverosímil) de ese escenario en este momento es la candidatura de Nikki Haley a la nominación del GOP. La exgobernadora de Carolina del Sur no es moderada, como a veces se le etiqueta simplona y erróneamente; todo el mundo parece moderado en comparación a Trump.
Pero dado lo que describía en mi columna anterior sobre las vulnerabilidades de Biden, Haley paradójicamente tendría perspectivas notablemente mejores de derrotar al presidente, dado que tanto votantes Republicanos moderados como independientes repelidos por la agenda, discurso y personalidad deleznables -y peligrosas- de Trump, seguramente votarían por ella. Su problema es que Trump sigue siendo por mucho el favorito para llevarse la nominación.
No solo tiene copada la banda-ancha política del partido y controla a sus sectores más extremos -y más motivados- sino que sólo el 37% de los Republicanos dicen no apoyar el movimiento MAGA del exmandatario. No obstante, los momios en contra de una sorpresa por parte de Haley no son tan cuesta arriba como parece a primera vista. Es ágil y mordaz y su desempeño en los debates la ha apuntalado en las encuestas. Y el dinero ya no es un problema; hace una semana el grupo de activismo político fondeado por el multibillonario Charles Koch la respaldó. Haley ha hilado hábilmente la aguja entre la base dura MAGA y los votantes Republicanos opuestos a Trump. En el primer debate del GOP, levantó la mano cuando se preguntó a los precandidatos si respaldarían a Trump en caso de que fuera el nominado. También dijo que perdonaría a Trump si llegase a ser presidenta. Y afirmó que usaría la fuerza unilateral en México para confrontar el trasiego de fentanilo. Esto le da, ante el voto de extrema derecha, un barniz de plausibilidad a su afirmación de ser "trumpiana sin el caos".
Si bien Trump está dominando en Iowa y aún va al frente en la siguiente primaria que es New Hampshire, Haley ha absorbido gran parte del nada despreciable voto Republicano anti-Trump en el estado, convirtiéndose en la principal alternativa allí. El que Trump -impulsado por resentimientos y agravios fétidos- haya doblado su apuesta extremista prometiendo "retribución" a sus contrincantes y deshumanizando con un discurso hitleriano a migrantes y rivales, de paso creando la mayor amenaza a la cohesión de la nación desde la Guerra Civil, podría generarle anticuerpos importantes entre los votantes conservadores -más no radicales- de New Hampshire.
Este es, en resumen, su camino -difícil, pero no implausible- hacia la nominación presidencial. Esto deja a los Demócratas ante una paradoja y en una disyuntiva incómoda: temer la repetición de una contienda presidencial con Trump, más apretada y en circunstancias políticas y personales de Biden distintas a las de 2020, y al mismo tiempo tener motivos para apostar por que los votantes estadounidenses tengan que volver a escoger entre elegir a uno u otro. Por eso, el arranque de las primarias en Iowa posiblemente ofrezca pistas sobre si Trump enfrentará alguna competencia seria al interior del GOP en lo que ha sido una marcha constante hacia la nominación, una crónica de una candidatura anunciada.