La racha de Lalo Fentanes al frente del Santos terminó el peor día. El invicto en casa acabó en una tragedia deportiva para el club de la Comarca, que había vuelto a la "fiesta grande" tras un torneo para el olvido. "¿Y todo para qué?", dirían por ahí. Ya ni se suma en la mal llamada tabla "porcentual"; el tercer lugar en la clasificación quedará como mera anécdota.
La derrota duele porque significa la eliminación. Pero además, no estaba presupuestada. Regresar del "infierno" de Toluca con un gol de desventaja no parecía una amenaza. Comenzó el partido el domingo en el Corona y conforme pasaban los minutos, daba la sensación que era cuestión de tiempo para que cayera el primer tanto santista y la eliminatoria tomara rumbo a su favor. Pero pasaban los minutos… pasaban los minutos… pasaban los minutos… Y nada.
El infierno se presentó en casa justo al inicio del segundo tiempo. Fui al estadio; era liguilla (y el Toluca tiene un bonito uniforme, muy clásico, muy representativo). Tomé mi asiento en la terraza y solo me levanté una vez, al medio tiempo, para ir al baño. En mi camino, me topé a un amigo que se acercó a saludarme. El baño se ocupó entonces, mientras me ponía al corriente con mi compañero común.
Pasó alguien más al baño, luego alguien más, luego alguien más y la charla no terminaba, solo había cambiado de interlocutor. El silbante dictó que continuara la segunda mitad y, por un instante, dudé si regresar a la terraza seguir viendo las acciones que ocurrían en el campo o me ausentaba un minuto para desechar los líquidos que tenía que desechar. Opté por la segunda opción, porque resulta incómodo cargar con lo que ya cumplió su cometido.
Mientras hacía lo que tenía que hacer, escuché un tenue lamento. Pensé que se trataba de una falla de algún delantero santista. Me lavé las manos tranquilo y cuando salí, en la televisión ya estaba decretado el 1-0 favor el Diablo. "¿Cómo es posible? ¡Solo entré un minuto al baño!", me pregunté - exclamé. Y entre que salía a ocupar de nuevo mi lugar y esperaba la repetición en la tele (con un ojo al exterior y otro al monitor), cayó el segundo. Parecía algo irreal. Una película. Dos a cero en unos instantes y esa diferencia sería definiría el resto del encuentro.
Tomé mis aposentos. Le puse atención al partido tratando de ponerme al corriente con una tarea atrasada. Tratando de entender qué fue lo que pasó. Cómo un equipo que prácticamente no atacó en la primera mitad, en la que incluso llegué a pensar que venía muy conforme con la ventaja de un gol en la ida, había sorprendido de tal forma a un equipo tan confiado como los Guerreros.
Y es que de veras que no había persona, en mi alrededor, que dudara sobre quién avanzaría a las semifinales de ese partido. La lógica, la localía, todo apuntaba al albiverde. Fue, a final de cuentas, la experiencia quien se impuso en el inicio de esta fase final: Ambriz sobre Fentanes.
La tribuna se silenció, pero quedaban casi 40 minutos para intentar una remontada épica, de esas que se han escrito varias en este escenario. La gente lo sabía y por eso volvió a alentar. Hasta que, en una jugada clave, Javier Correa golpea a Thiago Volpi y termina por irse expulsado. El portero visitante exageró en su reacción y se ganó el desprecio de la gente. A cada despeje, el grito homofóbico reapareció en un estadio de donde se había erradicado desde hace mucho, logro que su directiva había presumido en alguna ocasión. "Eeehhhh, pu…", se escuchó en al menos seis ocasiones. El árbitro tuvo que parar el encuentro un par de minutos a la mitad de esas 6 veces. El silbante ya se había ganado dos o tres "¡Cule…!", pero ese insulto (ganado por intentar hacer su trabajo) no está tipificado entre las faltas del futbol mexicano.
La desesperación de los jugadores santistas se trasladó a las tribunas, que habían hecho su mejor entrada en lo que va del torneo. Un conato de bronca en la portería desembocó en desilusión generalizada en el inmueble. Coraje, frustración. Peleas entre aficionados en lado sur, para ser invitados a retirarse del estadio.
"Se murieron de nada", dijeron algunos. Esa triste noche en el Corona y al día siguiente en las redes sociales. Mienten. Santos se "murió" por su falta de contundencia. Por no haber sabido dejar el empate en la ida. Se murió en esos dos goles tempraneros del segundo tiempo en el que se perdió la marca. Santos se murió de "inexperiencia", una vez más, y habrá que asimilarlo. Y esa afición enojada, que no creo que sea la que va cada domingo al estadio, deberá meditar a qué va a un estadio de futbol.
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