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Arquitecto sin planos

CLAUDIO PENSO.-

Antoni Gaudí fue el emblema del modernismo catalán. Proyectaba mentalmente sus obras y era extraño que hiciera planos. Gustaba recrearlas sobre maquetas tridimensionales. Prefería dar instrucciones a medida que la obra avanzaba. Moldeaba detalles que imaginaba primero y luego cobraban vida. Esta forma artística de trabajar generaba recelos, ya que en esa época ningún arquitecto osaba improvisar en la construcción de un proyecto.

Gaudí estaba dotado de una gran intuición y una incansable creatividad, concebía sus edificios basados en tres ejes: la funcionalidad, la estética y la consistencia estructural. Su arquitectura tiene un indeleble estilo en el que busca la exploración de nuevas soluciones constructivas, integración con el entorno, respeto por la tradición e innovación.

La Sagrada Familia es uno de los monumentos más visitados de España. Consagró sus últimos años de vida a culminarla. No hay más que llegar ahí, merodear las altas torres, la enorme cantidad de monumentos simbólicos, la intensidad de los colores que crean un efecto casi alucinatorio. Definitivamente, es una obra de arte, aún inconcluso, que emociona, conmueve, asombra.

Me preguntaba a cada paso: ¿Cómo fue capaz de hacer esto?

Luego de sufrir la muerte de su mecenas y de otras personas queridas, llegó a pedir limosna para continuar con las obras. Junto a otras han sido consideradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Amaba su tierra y decía: "Nosotros poseemos la imagen. La fantasía viene de los fantasmas. La fantasía es de la gente del Norte. Nosotros somos concretos. La imagen es del Mediterráneo. Orestes sabe adónde va, mientras que Hamlet divaga perdido entre dudas".

Fue un alumno mediocre. Elies Rogent, director de la Escuela de Arquitectura de Barcelona, dijo en el momento de otorgarle el título: "Hemos dado el título a un loco o a un genio, el tiempo lo dirá".

Gaudí amaba lo que hacía, confiaba en su intuición y no necesitaba plasmar sus ideas en planos para construir con arte. Se atrevió a derrumbar un proceso ortodoxo de trabajo para poner el foco en el resultado. Eso era lo que él veía mientras creaba. Su compromiso total con lo que hacía no tenía límites, al punto de pedir limosna para no interrumpir su obra cumbre. Ese es el martirio de algunos genios. No les importa el tránsito sino el destino.

Estoy seguro de que su alma todavía recorre los muros, explora los relieves de la piedra, sonríe satisfecho. Misión cumplida.

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