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CLAUDIO PENSO

En Andalucía vivían dos hombres que tenían el mismo nombre: Ernesto. Con el tiempo se hicieron amigos; uno llegó a ser cura, el otro manejaba un taxi y era alcohólico.

Ernesto, el cura, le pide a su amigo taxista que lo lleve a un pueblo vecino y en una mala maniobra el auto se despista y ambos mueren.

Sienten una paz muy grande. Parecen flotar y se alejan del lugar en un estado de profunda alegría.

Oyen una voz que pronuncia su nombre.

Se acerca el taxista y recibe un abrazo de luz. El sacerdote espera.

Nadie lo llama, nadie lo abraza. Cree que es injusto. Su vida estuvo consagrada a los demás, al prójimo. Tiene sentimientos humanos de envidia hacia su amigo.

La misma voz parece sonreír y explica en forma muy didáctica:

-Ernesto, aquí medimos el desempeño en la tierra con la misma vara que ustedes. Tú eras un buen cristiano, pero muy aburrido en los sermones, la gente se dormía. Tu amigo, es cierto que era alcohólico y egoísta. Pero cuando conducía ebrio por las calles, casi siempre sus pasajeros rezaban y se acordaban de Dios.

Puede parecer injusto pero nos importan los resultados.

Aunque sólo se trate de un cuento es bastante ilustrativo de lo que ocurre en el contexto empresarial. Si analizamos con atención, es muy difícil encontrar una sola empresa que tenga corazón sensible. Las organizaciones e instituciones funcionan con la pulsión numérica, basada en objetivos y resultados.

Las intenciones que no están acompañadas de hechos y evidencias tienen una vida muy breve. Es sumamente utópico sustentar un proyecto, una posición, una idea, sólo con expectativas. Las compañías necesitan resultados.

Incluso, sucede que los resultados justifican ciertos desvíos, caprichos, hasta malas prácticas porque son esenciales y prioritarios. Al Ries preguntaba en su magnífico libro Posicionamiento: ¿Dónde puede dormir un gorila de 400 kg? Donde quiera.

Pese a esto, una inmensa mayoría es juzgada sólo por su apariencia, la forma y el packaging con el que trabaja. Esto compete no sólo a las empresas sino a los países. Todos están empeñados en enmascarar su incompetencia detrás de planes, logros parciales o malas noticias que se venden como buenas.

¿Por qué cuesta tanto tener resultados?

Tal vez una clave está en la reflexión de un estudiante: Yo estudio para aprobar más que para aprender y me cuesta tanto... tener resultados.

¿Cuál es el foco de lo que hacemos?

¿Están las acciones orientadas a los resultados o sólo a mantener la línea de flotación?

En algunas empresas nadie habla de resultados, incluso se ocultan.

A veces, la necesidad transforma a las personas en crueles verdugos con los que nunca alcanzan sus objetivos porque siempre son desafiados y corridos con nuevas métricas. Los objetivos que jamás son celebrados nos condenan a la apatía.

Es difícil obtener resultados sin antes aprender a disfrutar de lo que hacemos. A veces nos hemos planteado metas demasiado ambiciosas y los buenos logros se desdibujan porque no hemos podido disfrutar del proceso de llevarlo a cabo.

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