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Una lectura

ENRIQUE IRAZOQUI

Hay que reconocer las recientes cifras dadas a conocer acerca del desempeño de la economía mexicana sorprendió a más de uno al reportar mejores números a los esperados. Luego de conocerse que la economía del Coloso del Norte -Los Estados Unidos- por segundo trimestre apuntó ligeras contracciones para poder ser declarada técnicamente en recesión, el PIB mexicano se expandió en el mismo periodo de tiempo un crecimiento del 1.8%.

No obstante, a este sorprendente resultado que ha hecho que las principales casas financieras que suelen hacer pronósticos sobre esta cuestión estén revisando sus predicciones hacia arriba, se mantiene la constante que el 2023 nuevamente se presentará una desaceleración económica.

¿Cómo es posible que los Estados Unidos se contraigan y México en cambio crezca? Sin ser sesudo analista económico, esto puede explicarse simplemente por los ciclos económicos post pandemia en los que estamos viviendo. El vecino del norte como la gran mayoría de los países desarrollados decidieron estimular sus respectivas economías inyectándose ingentes cantidades de dinero artificialmente creado para apoyarlas tras el impacto que el Covid-19 trajo al mundo entero en todos sus ámbitos, incluido claro el económico.

El gobierno de Andrés Manuel López Obrador decidió en cambio no ayudar en gran medida a los empresarios mexicanos lo que provocó debido claro al parón de la pandemia, al cierre de miles de negocios y a la destrucción de más empleos. Esta decisión tuvo un par de aristas que no deben olvidarse: la primera acerca de que no se otorgaron apoyos sensibles, podría pensarse que fue por una actitud conservadora y ortodoxa del manejo económico que hoy podría estarse aplaudiendo; la segunda y que está ligado a la primera, es que ciertamente al no habérsele arrojado dinero ficto al mercado, no tendría que haberse generado inflación.

Pues bien, en el primer caso en que López Obrador decidió no otorgar estímulos fiscales relevantes en 2020 no fue tanto por una decisión técnica, sino ideológica. En todo lo que ha ocurrido en el presente sexenio el presidente ha demostrado su poco interés por estimular la inversión, aunque también hay que decirlo, tampoco ha tomado acciones para golpear o siquiera estropear el equilibrio macroeconómico indispensable para un desarrollo sostenible. En los dos sentidos, el resultado por lado hace que aparte del impacto brutal del Covid, Andrés Manuel dejará el cargo en 2024 con más mexicanos pobres de los que había en 2018. Las decisiones irracionales contra inversiones como el NAIM (Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México) la cervecera en Mexicali que tenía ya todos los permisos autorizados, y la cargada contra el entramado del sector energético, terminó por ahuyentar el apetito por la inversión de gran calado en México.

El presidente no ha querido entender que la única manera para generar prosperidad colectiva es si se genera la inversión suficiente que estimule en primer término la generación de empleos que a la postre redundará en el aumento del consumo y con ello en el fortalecimiento del mercado interno.

Por supuesto que en un mundo globalizado la competitividad es fundamental, pero esta se mejora con acciones que arrojan resultados en el largo plazo, por lo que es muy difícil esperar que se tomen en administraciones que anteponen las ideologías a la razón. Lo que se ha hecho con la educación pública (donde estudian entre el 75 y el 80% de los mexicanos) se pagará por generaciones. La infraestructura también abona, pero ahora cancelar el NAIM por el AIFA, y las dudas razonables que generan el Tren Maya que consume junto con la refinería de Dos Bocas en Tabasco casi la totalidad del presupuesto nacional destinado a este rubro, son también factores que permiten explicar la serie de factores de por qué no creceremos en este sexenio.

Desafortunadamente por otro lado, el "premio" que debimos tener los mexicanos por la decisión de nuestro presidente de no inyectarle dinero artificial a nuestra economía en 2020, que debería haber generado no padecer inflación, no será posible porque el engranaje mundial nos impide ser ajenos al histórico proceso inflacionario propiciado por una demanda que no encuentra la oferta suficiente y hasta por la invasión rusa a Ucrania que ha disparado el precio de los combustibles, factor clave en los precios.

A todo esto se puede desprender una lectura. El presidente ha demostrado que no tiene que plegarse a la plutocracia mexicana para gobernar, incluso salvo prueba en contrario, ha combatido el contubernio que solía existir entre el gran capital con los hombres del poder. Sin embargo, su carga ideológica, y hasta una cierta carencia de entendimiento económico está resultado un estancamiento sexenal, aunque habrá de reconocerse que la obsesión presidencial por no gastar de más, ha evitado que estemos peor.

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Escrito en: editorial Enrique Irazoqui editoriales

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