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Todos podemos contribuir con un verso

El hallazgo de lo insólito en lo cotidiano

(ALEJANDRA MORALES)

(ALEJANDRA MORALES)

DANIELA CERVANTES.-

Era domingo. Día apático. Había pactado en comer con una tía que me pidió que la llevara a la Casa del libro usado en Lerdo (hoy extinta) porque estaba interesada en ofrecerle algunos títulos a la propietaria. Llegamos. Yo conocía bien el lugar. Mantenía una amistad con quien dirigía ese negocio literario. 

"Te llegó algo de poesía", pregunté casi sin emoción mientras los libros que había llevado mi tía eran examinados. "Sí, hay algunos títulos nuevos en esa mesa". Y comencé a hurgar entre los pocos ejemplares que pude detectar de pronto. No tardé mucho para levantar uno que destacaba entre los otros, se trataba de El retorno de electra de la poeta lagunera Enriqueta Ochoa. Sentí, y no miento, que cuando tomé el libro entre mis manos, los versos me comenzaron a gritar desde adentro. Conocí algo de la obra de esta autora lagunera cuando por primera vez en mi vida me inscribí a un taller literario liderado por el escritor Gerardo Monrroy, él, con pasión desmesurada, me sumergió a la poesía de Ochoa.

De antemano, sabía que la autora había sido (y aún es) poco valorada en su tierra. Ella nació en 1928 en Torreón. Su primer libro Las urgencias de un Dios se publicó en 1950. Su lírica fue parte de la generación de poetas en la que sobresalen Jaime Sabines y Rosario Castellanos. 

Cuando leí a Enriqueta supe que se trataba de una pluma que se desgarraba a través del verso. Y es que los lectores, al seguir su propuesta, podemos acceder a aspectos muy personales. Por eso, se le puede considerar como una autora confesional, aunque yo no la encasillaría sólo dentro de ese género. La apreció más bien una poeta libre. 

Pero, un ejemplo de lo anterior puede ser el poema que le dedicó a su hija Marianne Toussaint, titulado precisamente Marianne, que reza: "Después de leer tantas cosas eruditas/ estoy cansada, hija, por no tener los pies más fuertes/ y más duro el riñón/ para andar los caminos que me faltan". 

Escribo todo esto para compartir, con usted querido lector, que en un momento de poca fe, El retorno de electra primera edición de 1978 de la Editorial Diógenes cayó en mis manos. El costo del ejemplar: 30 pesos. Ese domingo gris se me volvió tornasol. 

Aún faltaba un detalle extraordinario para enmarcar ese momento como serendipia pura. Repaso, recuerde querido lector que yo de ese domingo no esperaba nada, pero ya entre mis manos estaba ese ejemplar del que le relato, que luego de quitarle el plástico que lo protegía descubrí que la misma autora se lo había dedicado, con su puño y letra, a su símil Adela Ayala. Era sin duda un hallazgo afortunado. 

La vendedora de libros usados no ocultó que le faltó osadía para hojear el poemario y no tuvo, más que aceptar que una joya me había regalado. No pude disfrazar el gozo que aún, en estos tiempos, sigo celebrando.

Hace poco tomé el ejemplar del librero de mi casa, había olvidado que en la cara contraria de la cuarta de forros, Enriqueta había escrito, entre otras cosas, que para ella la poesía era el hallazgo de lo insólito en lo cotidiano. Sonreí al conectar el recuerdo de cómo había llegado a ese libro a mis manos. 

Tengo al menos cinco años pensando que la poesía siempre trae esperanza a mis días. 

Aparte, querido lector ya sabe usted que la razón de que yo escriba estas líneas, sí claro, es la poesía, pero también la entusiasta creencia de que así como doña Enriqueta, usted, y yo, en esta vida: podemos contribuir con un verso. 

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