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Todos podemos contribuir con un verso

Escribir para no morir

(ALEJANDRA MORALES)

(ALEJANDRA MORALES)

DANIELA CERVANTES.-

Me recosté al lado del cuerpo muerto de mi abuela. Aún lo sentí tibio, aún la sentí a ella. Antes de que arribara el protocolo que oficializaría su fallecimiento, me fui. No quería aceptarla así.

No lloré. Abrí una página de Word y comencé a escribir. En ese momento no lo sabía, pero cincelaba mi dolor a pura palabra escrita. Sin formalidades ni métricas, me vacíe a través de 20 poemas. En esas hojas la reclamé eterna y me sentí serena.

La poesía entonó mi pena. Nunca antes había escrito con tanta urgencia. Así me volví creyente del verso. Supe que no era un asunto de intelecto, lo pensé más bien como un manera de traducir mi dolor para poder compartirlo con los míos. Después de leerme, mi familia pronunció que en mis palabras se encontraron, que sí, que también ellos eso sintieron, que sí, que también eso pensaron, que sí, que también ellos eso lloraron.

Alguna vez la escritora Cristina Rivera Garza me dijo en una entrevista que no existía literatura sin una vulnerabilidad compartida. Ahí entendí todo. Entendí lo que la poesía había hecho para ayudarme a sobrellevar la muerte de una de las personas que más me querían. Cuando lo comprendí, me abracé aún más de ella.

Luego comencé a imaginar a mis poetas predilectos. Me preguntaba en qué estado escribió, por ejemplo, Cristina Peri Rossi esto: “Herida que queda, luego del amor, al costado del cuerpo”, en su poema Escoriación. Ese verso tiene eco porque a todos (sin excepción) por amor nos ha dolido el pecho.

La universalidad es parte de las raíces de la poesía, cuando alguien le pone nombre a lo que sientes, ahí es donde ocurre la magia. En la anterior columna escribí: la poesía no se sabe muy bien qué es, pero si de donde viene, y puedo agregar, también sabemos por qué (en algunas ocasiones)nos podemos leer a través de ella.

Lo que escribí sobre la muerte de mi abuela fue una herida que encontró algo de enmienda a través de la poesía. Por eso ante el estruendo la procuro. Si algo me duele, escribo. En ese momento escribí para no morir. Luego descubrí que todo es poetizable.

Por eso cuando alguien me dice que no sabe cómo expresar lo que siente, recomiendo: “Escribe. No pienses en nada, sólo escribe”. Seguro ahí se colará el lirismo.

Pienso: la poesía no es para pocos, es para todos.

Una amiga me sorprendió de pronto, cuando en una reunión me confesó que ella también escribía, que no sabía si era poesía, pero cuando algo le dolía, lo bajaba al papel. La alenté a mostrarme algún escrito, aunque se negó al principio, algo me dejó leer. De antemano sabía que era un texto atravesado por un dolor intenso. La sustancia venía de entraña. Por eso, pensé, ese escrito era valioso.

Se me quedó gravado un verso: “¿Cuándo has visto a una flor hacer escándalo? Ellas mueren solas, en silencio”. Mi amiga, en ese momento, era una flor.

Escribir para no morir es la cuestión.

Porque querido lector, entérese de un vez, a esta vida venimos a muchas cosas, pero todos, sin excepción: podemos contribuir con un verso.

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