El viernes 30 de septiembre se cumplieron tres años del cierre de una sala de castigo especialmente para los pobres, que fue símbolo de la corrupción y desprecio a la dignidad humana en todo México.
No, no creo que las cosas sean ahora distintas; sin embargo, quiero dejar constancia, una vez más, de un hecho que viví en el desaparecido Penal de Topo Chico, en Monterrey, N. L., que considero jamás deberá ser ni olvidado ni repetido.
Justo el día de su cierre en 2019 escribí en mi página de Facebook el encuentro que tuve con mi conciencia -o lo que se parezca a ella-, la que se dirigió a mi presente desde el martes 13 diciembre de 1988, fecha en la cual sucedió una de las tantas desgracias que abundaron en ese lugar.
"¿Quién o qué eres en el futuro 2019? Permíteme responder por ti: el resultado de tu caos. No me digas más: sin duda, eres el mismo Meme capaz de cuestionar su propia felicidad hasta derrumbarla, ¿verdad?
"Pero, ¿qué pasó hoy en el Penal de Topo Chico? ¿Por qué adivino que lo vivido este día jamás podrás olvidarlo? ¿Qué sucedió que tras tu faceta de 'bombero' continuaste con el tema, ya caracterizado de 'periodista'?
"¿Puedes con eso, sin machismo alguno que lo enmascare? ¿Lloraste a solas? Todavía es tiempo de hacerlo. Contéstame. Aquí, en tu pasado, continuaré presente, siempre.
"Atentamente, tu Conciencia".
Y le respondí:
"México, lunes 30 de septiembre de 2019.
"Ignorada Conciencia: vaya, existes. Sé bien a qué te refieres. Ese día sucedió ahí un incendio, donde murieron cerca de 20 semejantes atrapados y calcinados en sus celdas, sin la menor misericordia.
"No, no lo he podido olvidar, como tampoco he llorado lo suficiente a solas por ese suceso. ¿Satisfecha?
"No recuerdo con precisión cuáles fueron las causas, pero el hecho objetivo es que la primera máquina que arribó al Penal salió de la Estación Central -cuando correspondía atenderlo a la Estación Tres, cuyo personal muy posiblemente estaba trabajando en otra emergencia-. Al mando y conduciendo iba el inmortal Señor Bombero y Maestro José Ángel Mejía, quien no era el jefe del turno, pero que cubrió al titular por alguna razón de fuerza mayor.
"Subí equipado a la cabina de la unidad -¿la 11 o 12?, ambas confiables Ford de los 70-, lo que sirvió para darme cuenta del desprecio a la vida humana que había en ese sitio, al que algunos irónicamente le llamaban 'centro de readaptación social', hecho verdaderamente admirable por lo que significaba resistir un ataque de risa.
"Arribamos rápido porque dormía la mayor parte del tráfico vehicular, sin embargo, procedimientos ajenos al valor de la vida nos detuvieron en la 'aduana' del Penal. Ahí tuvimos que soportar preguntas y revisiones absurdas, en momentos en los cuales las llamas ya salían de la ventana de un dormitorio. No recuerdo haber percibido prisa en los custodios.
"Cuando ingresamos después de largos minutos, llegamos a un patio cercano al incendio, que estaba en un piso superior, y tiramos de inmediato la línea de una y media pulgadas. Lo que ahí sucedió queda resumido en el siguiente párrafo de 'Descenso al Infierno', letras que hace algunos años intenté acomodar:
"¡Échenme agua, hijos de la chingada, me estoy quemando!'… y luego no más reclamos… '¡Aguas!, que ninguno vaya solo… pinches polis, que no los dejen solos, aquí está cabronsísimo', decía en el más puro sentido paternal quien iba al mando. Era tarde ya: la carroza roja en la que viajabas había sido la primera en llegar a este enorme salón de castigos. El equipo con el que ibas tuvo que esperar no menos de 15 minutos para que le permitieran ingresar a hacer algo por quienes sabías eran iguales a ti, sólo que sin tanta suerte. Todos en esa celda murieron quemados, ninguno evadió la cárcel.
"Hay algo que muy pocas personas saben que sucedió horas después, pero sobre lo que deseo dejar constancia para el día en el que mis corazones quizá me recuerden:
"En este tiempo firmaba con un seudónimo la columna 'Entre Sirenas', en la sección policiaca de un periódico vespertino. A través de ella desmentí a las autoridades gubernamentales que aseguraban habían dado paso inmediato a los bomberos. Ese día me di el gusto, por decisión propia, de dejar el anonimato y publicar en la columna mis tres nombres y dos apellidos.
"Me tengo que ir a trabajar, Conciencia. Gracias por escribirme en el futuro. Ya ves: nunca me compuse. Atentamente, Yo".
Que ese "¡Échenme agua, hijos de la chingada, me estoy quemando!", huésped vitalicio dentro de mí, quede también en la posible conciencia de quienes estuvieron al frente del Penal de Topo Chico.