La visita de trabajo del presidente López Obrador a Washington fue, en esencia, "mucho ruido y pocas nueces", y deja diversas interrogantes, un sinnúmero de preocupaciones y un alud de retos. Empecemos con el soliloquio del presidente en la Oficina Oval, que pecó en forma y fondo. En la forma, porque ese espacio se dedica a declaraciones breves enmarcando la visita, para luego retirar de ahí a la prensa. El mandatario mexicano secuestró tiempo sustantivo de la agenda para echarse su rollo con su público como único destinatario; sin duda mal, pero peor, y aquí viene el fondo, al restregarle al Presidente Biden, con la prensa presente y para deleite de los Republicanos, que los estadounidenses cruzan a nuestro país para comprar gasolina, en momentos en los que la espiral inflacionaria está pasándole factura en las encuestas al mandatario estadounidense.
En lo sustantivo, sigue siendo la migración la prioridad y la que marca el tono muscular de la relación bilateral. Es el tema que además le da fuerza y capacidad de palanqueo a México; lástima que el presidente no lo sepa capitalizar para bien de la agenda bilateral. López Obrador persiste en seguirle picando el ojo a la administración estadounidense. Biden sigue demostrando que es el adulto en la relación, tratando de mantener la tracción y dirección de la agenda bilateral, dejando entrever que no será él quien rompa lanzas. Ambos gobiernos pecan de omisos y siguen sin invertir el capital político y diplomático real y la banda ancha necesaria para mover la aguja en los temas estratégicos que definirán el futuro de la relación y su papel en el contexto global del siglo XXI. Fue EUA quien definió y determinó la agenda de la reunión y las acciones y compromisos derivados de ella en el comunicado conjunto. El Congreso estadounidense se ha convertido en un foco rojo real y preocupante en la relación bilateral. Suficientes retos de percepción y temáticos tiene México en el Capitolio como para empeñarse en generar más anticuerpos ahí, sobre todo cuando es la tercera vez que el presidente viaja a Washington y rehúsa reunirse con el liderazgo bipartidista o con legisladores mexicoamericanos e hispanos. Y a pesar de que parece que algunos de los potenciales litigios con compañías energéticas estadounidenses podrían estarse solventando, se perdió una oportunidad, quizá la última en el sexenio, para que México se vuelva un verdadero socio de un paradigma y enfoque norteamericanos de sustentabilidad, eficiencia, resiliencia e independencia energéticas.
La visita a Washington muestra que la reinstitucionalización de la agenda bilateral entre ambos países y los esfuerzos de funcionarios de los dos gobiernos y las respectivas embajadas mantienen la agenda a flote, y que de no mediar un conflicto más severo (USTR está evaluando si aprieta el gatillo o no para una disputa al amparo del T-MEC en respuesta a las políticas energéticas mexicanas), las ruedas de la relación no se caerán. Pero también el campo minado que está dejando a su paso el presidente mexicano en la relación con EUA abre una encrucijada real camino a 2024 -año en el que coincidirán las elecciones presidenciales de ambos países- y para lo que venga después.