Nuestra profesión es hermosamente compensadora, aunque no sea una fuente de riqueza, nos incorpora a un gremio selecto que nos invita a ser partícipes de las maravillas del Señor. No solamente participamos en el milagro de la vida auxiliando crías a nacer, también convivimos con la muerte, conscientes que es definitiva, pero no siempre desagradable, evitando el sufrimiento al paciente en agonía.
Mis alegrías y mis metas fueron alcanzadas, tuve ilusiones y lágrimas derramadas. Inicié en poblados mi profesión, aliviando animales tristes de expresión, como hospital un viejo corral de tablones y la paja seca de mesa de operaciones. Pasaron los años y de las pequeñas especies me enamoré, regresando a la facultad con mis cuatro retoños en formación, pagándome la vida con tres hijas vistiendo mi profesión. Desde entonces perros y gatos han pasado por mis manos, sonriendo cuando sanan, siendo mi gran satisfacción.
Que temprano se me hizo tarde y qué rápido se fueron los años, cuando menos acordé mi vida envejeció. Fue un privilegio haber devuelto la salud al enfermo, siempre estaré agradecido por la distinción que me otorgaron, haber trabajado con honestidad, da la satisfacción de ver con la frente en alto a nuestros clientes de toda la vida. Tal vez nos volvamos a encontrar, con unas arrugas más en el rostro y apoyados en un bastón, pero con una amplia sonrisa, de un agradecido corazón.
Continúan pasando las hojas del calendario, y mientras Dios lo permita, seguiremos con la noble labor de ayudar a todos los animales con tan distinguido honor. Y si me llaman a cuentas, iré contento de haber cumplido nuestra misión, siendo la perseverancia la mayor fragancia en los aromas de mi profesión. Que importa los años que tengo, lo que vale es como me siento, tengo los años que necesito para decir a la vida: ¡Vida… estamos en paz!