"¡Qué terrible!", expresó mi amigo después de escuchar el breve relato del asunto personal que le confié. No dijo más. Calló, quizá pretendiendo evitar con su silencio engrosar la pena que creía me golpeaba.
El relato podría tener apariencia de tragedia para quien desconociera el pensamiento antiespecista de mi hija, empero se trataba de un episodio más de nuestro continuo encuentro de ideas opuestas y corazones coincidentes.
Sin censurar ante su padre las convicciones que la caracterizaban, me dijo en la cara cuando llegué a la barrera tras estoquear un eral de lidia:"Papá, es lo peor que te he visto hacer en tu vida… Bueno, ya te vi… me voy, no puedo seguir soportando esto".
¿Ruptura familiar u encono liberado? Nada de eso. Solamente una muestra más de las contradicciones que distinguen a los seres humanos. Su presencia en el callejón de la plaza de toros fue manifestación superior de solidaridad hacia quien amaba, aun convencida de que para ella la pasión de este era deleznable.
Poco tiempo después, ella confirmaría que hasta sobre el desacuerdo más profundo debería imperar el amor a lo vivo.
Por decisión propia, fue la segunda persona que donó sangre para un banderillero cornado brutalmente en el tórax. "Cuando se recupere, tal vez pondrá flores a los toros, en lugar de banderillas", me comentó convencida de sus valores sin excepción.
Me atrevo a compartir estos casos personales para dar pie a cuestionamientos de carácter social. De estos hechos, que tal vez son únicamente del interés de unos cuantos, podrían extraerse ideas aplicables a la colectividad.
En particular, evoco esas situaciones a propósito de la corriente que pretende prohibir la tauromaquia y el momento actual de la democracia en el país. En ambos casos hay polos regidos por suposiciones.
La aprobación o el rechazo a uno u otro tema, es derecho inalienable, sin embargo, hacerlo en el papel de cruzados, imponiendo creencias mediante la fuerza, lleva a reflexionar sobre la libertad y razón como valores superiores del ser humano.
Dividir la realidad gris en bandos negros y blancos, es la mejor forma de impedir el encuentro con la verdad. Percibirse en el grupo de los "buenos" y considerarse por ello con derecho para acabar con los "malos", terminaría también con pensamientos necesarios para todos. Lejos de ser patrimonio de un individuo o grupo, la verdad es resultado del permanente encuentro de las verdades de todos.
Si esto es admisible, entonces ni la condena ni la aprobación de la tauromaquia o del régimen deberían estar ajenos a la argumentación y consideración de las minorías en la toma de decisiones.
Ceder la mente de uno a la de muchos lleva a considerar como "verdades" aberraciones como las de creer que los aficionados a los toros asisten a un coso con el fin de divertirse viendo morir reses de lidia, que con maltrato se hace embestir a animales "inofensivos" y que para lidiarlas se les obstruye la visión e impide paren.
Exigir el indulto de un toro y lograrlo es emoción suprema en una plaza, cuyo público no acude para ver morir al astado que embiste desde que sale del claustro materno, sino para presenciar el excepcional acto de vida de una mujer u hombre capaz de ofrendar su existencia en un ritual atávico, en una lidia que sería imposible con una res incapaz de ver o de quedarse quieta.
Abordar las discusiones en el seno de la democracia sin un sistema de contrapesos que favorezca el debate, considerando de manera simplista sólo sus mecanismos para contar votos y con base en la cantidad de estos tomar decisiones de aplicación general, condena a las minorías a padecer la dictadura de las mayorías, y pone a estas últimas en el estado de vulnerabilidad de quien decide, por comodidad o supuestos, sin el respaldo de argumentos probadamente sólidos.
Abandonar el pensamiento crítico para entregar la mente a una sola instancia que determine lo bueno o lo malo, es, por lo pronto, similar a jugarse la vida echando una moneda al aire.
La razón no está en función de la numerosidad de las opiniones, sino de la solidez de los argumentos. Si lo expuesto fuera cierto, la democracia de verdad debería garantizar que las minorías también fueran escuchadas.
Cuando la democracia es selectiva, pierde sus valores moral, al soslayar la justicia, y pragmático, al desechar su contribución al mantenimiento de la paz colectiva.