Cultura

Columna

Música en un suspiro

El Cisne

MIGUEL ÁNGEL GARCÍA

En 1886, el compositor francés Camille Saint Saëns, compuso y estrenó su simpática obra El Carnaval de los animales. Cada uno de los 14 movimientos representa un animal, sin embargo, cuando se mezclan todos los temas, se convierte eso en un verdadero desfile de colores, sonido e imaginerías.

Como esta obra fue concebida como una verdadera bufonería, Camille Saint-Saëns prohibió terminantemente su interpretación, al menos en vida del compositor. Y ello se debe a que consideraba su propuesta demasiado trivial y ligera. Sin embargo, hubo una excepción: El Cisne.

Originalmente, el Cisne fue pensado para solo de cello con acompañamiento de dos pianos. En 1905 la bailarina Anna Pavlova solicitó al famoso coreógrafo Mikhail Fokine la creación de un solo, inspirado en el poema "The dying Swann, o El Cisne Moribundo, del poeta y dramaturgo Alfred Tennyson. Fokine pensó inmediatamente en el Cisne de Camille Saint-Saëns.

Esta obra trata de proyectar con música, el elegante movimiento de un cisne deslizándose grácilmente sobre la superficie cristalina de un lago. La belleza y pasión proyectada en la música, permitió al coreógrafo dar tanto énfasis a la expresividad como a la técnica, lo cual fue una ruptura en la historia del ballet. La coreografía está tan bien lograda que, si se realiza detalladamente, la bailarina realmente llega a parecer un cisne.

Pero un cisne que proyecta una idea mucho más profunda. Una idea de trascendencia. Se dice que la constelación del Cisne es en realidad Orfeo, que fue puesto en el cielo, cerca de su Lira por Zeus. Orfeo había culminado su vida al haber concluido la tarea en su vida, a saber, salvar a su amada Eurídice del Reino del Hades. Y es de que, a pesar de que en toda su vida, el Cisne no emite sonido alguno, justo antes de morir produce un sonido parecido a un graznido o ronquido sordo.

Sin embargo, la cultura popular ha tendido en afirmar que este bello animal emite un canto especialmente melodioso como premonición de su propia muerte. Por eso, cuando alguien dice "éste es mi Swanengesang, o mi Canto del Cisne", se refiere a la última obra, trabajo o actuación a realizar en la vida. Sorprendentemente, y exactamente en 1886 año del estreno del Cisne de Saint-Saëns, nació otro Cisne. Esta vez, de la pluma del poeta y dramaturgo ruso Anton Chejov.

Se trata del Canto del Cisne, un estudio dramático en un acto donde un actor, después de su última actuación, bebe y se queda dormido en el camerino. Al despertar, enfrenta espíritus que vienen del escenario, a recordarle pasajes de euforia y melancolía, y a manera de espejos, a conducirle a la última verdad: La muerte.

Como está frente a su canto del cisne se atreve a confesar sus miedos, fracasos y frustraciones. Con estas palabras logra liberar al espíritu del peso del burdo cuerpo en la tierra. En este escenario tenebrista, el viejo actor se levanta airoso diciendo: "no hay que llorar…donde haya arte, donde haya talento, allí no hay vejez, ni soledad, ni enfermedad… y la muerte misma no vale gran cosa…"…, y entonces, el silencio hace su aparición. El canto del cisne nos invita a enfrentar la vida con la muerte, dejando claro que no es un adiós, sino más bien, una bienvenida.

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