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Música en un suspiro

La cadenza

MIGUEL ÁNGEL GARCÍA.-

Básicamente, una cadenza es ese momento mágico donde en algún momento de un concierto, la orquesta deja de tocar y permite que el instrumento solista presente un tema escrito o improvisado, a menudo con un estilo rítmico libre y casi siempre de carácter virtuoso. Es, digamos, una actuación dramática en solitario. Como es una sección libre, es frecuente encontrar diferentes cadenzas para el mismo concierto. Es una licencia que tiene el solista para tocar lo que desee, el tiempo que desee y con el carácter que desee.

El momento de la cadenza viene casi siempre al final de un movimiento, aunque existen como es de esperarse excepciones como en el concierto para violín de Mendelssohn, Chaikovski o Liszt. El origen de la cadenza se ubica a finales del siglo XVII y principios del XVIII, en pleno Barroco, y aunque parezca extraño no se originó en la música instrumental, sino que viene de la ópera. Resulta que las Prime Donne y los Primi uomini, es decir las estrellas de la ópera italiana gustaban de aprovechar cualquier instante para mostrar su talento y habilidades, haciendo florituras e improvisaciones.

Por cierto, el término cadenza viene hace referencia a las notas finales de una aria. Esta práctica de improvisar pasó después a la música instrumental y curiosamente despertó tanto la curiosidad, que empezaron a dejar de ser improvisadas y los compositores vieron en éstas una oportunidad para experimentar con atrevidas armonías, rítmicas y pasajes cuasi acrobáticos.

El ejemplo más típico es el de Beethoven que decidió escribir cadenzas para sus 4 primeros conciertos para piano. Sin embargo, ello no quiere decir que el solista deba someterse a esa decisión. Como ya dijimos, la Cadenza es un momento libre en donde el único responsable de ello es el intérprete.

Ahora bien, es importante dejar claro que no es mandatorio que un concierto deba tener una cadenza, tal es el caso del quinto concierto para piano de Beethoven o bien del concierto No 1 también para piano de Chopin.

Ahora bien, vayamos a las cadenzas más importantes de la historia: Cadenza de Beethoven escrita para el concierto para piano y orquesta no 20 de Mozart. Mozart estrenaría su concierto en 1785, sin embargo, la cadenza fue extraviada. Hacia 1809, Beethoven haría lo propio generando la posibilidad de tener a ambos genios rondando y manifestados en un mismo concierto.

Cadenza para el concierto de violín de Brahms. Dedicado a su amigo violinista Joseph Joachim, éste le responde con una senda cadenza digna del mejor violinista de su tiempo.

Cadenza al concierto de violín de Beethoven. Aquí es importante mencionar que existen más de 15 cadenzas escritas por diversos compositores, sin embargo, fue el virtuoso Fritz Kreisler quien logró escribir la cadenza con la musicalidad más brillante inmersa en la filosofía del Sordo de Bonn.

Cadenza para el concierto de cello no 1 de Shostakovich escrito por él mismo. La orquesta desfallece poco a poco hasta que el cello solista plasma la famosa firma de Dimitri, a saber: D, E flat, C y B natural.

Cadenza para el concierto de piano no 2 de Sergei Prokofiev. Ésta es una cadenza que llega pronto instalándose en el primer movimiento en medio de una plétora de disonancias y erupciones.

Para concluir, la cadenza más brillante escrita en la historia. Se encuentra en el seno del Concierto de Brandemburgo No 5 de Johann Sebastian Bach, no sólo el compositor más importante de la historia, sino el clavicembalista más grande del Barroco. Silencia abruptamente la orquesta y con aplomo e ímpetu entra el clavicordio de forma abrumadora y absolutamente apasionante haciendo de este concierto un camino…, un camino para el gigante. En un Suspiro.

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