DE NIÑO CREÍA EN SANTO CLOS.
Luego dejé de creer en él.
Y después yo fui Santo Clos.
Compadezco ahora a los pobres papás y mamás que deben hacer el papel del jovial viejo de la barba blanca y la sonora risa. Los niños y niñas de hoy no piden ya los regalos que alegraban a las pequeñas y pequeños de antes: una muñeca, un balón, a lo más una bicicleta. En este tiempo demandan esos artilugios electrónicos que cuestan un ojo de la cara y, en ocasiones, los dos.
¡En qué apuros se ve actualmente Santa para cumplir los costosos -e imperiosos- deseos infantiles! Temo que la jocunda risa del amable mensajero navideño se haya desvanecido. Los regalos de esta Navidad terminará de pagarlos, si bien le va, en la siguiente.
Cambian los tiempos. Cambian los niños. Y cambian los regalos que los niños piden.
¡Pobre Santo Clos!
¡Hasta mañana!...