Hay días en que obtengo el grado de Doctor en Teoría de la Tristeza.
Ayer fue uno de esos pesarosos días. Mi señora llevó a mi mesa de trabajo un esbelto florero con una rosa que no es color de rosa como las rosas rosas, ni purpúrea como las de Góngora o sor Juana, ni blanca como la de José Martí.
Esta rosa es amarilla. Quizá le apena su color, pues es el del otoño. Dejó caer entonces uno de sus pétalos. Me pareció que me pedía perdón por anunciarme el invierno el del año y el de la vida.
Entonces hice algo por lo cual no pido perdón. Busqué el libro y puse el pétalo entre las páginas de "Doña Rosita la soltera, o el lenguaje de las flores", de García Lorca. Ahí dormirá al lado de la doncella intacta y del poeta mártir.
Cuando nadie me vea ni me escuche voy a leerle esto a la rosa del florero. Muchos escriben acerca de las rosas, pero nadie les lee lo que escribieron de ellas.
¡Hasta mañana!...