Jean Cusset, ateo con excepción de la vez que el barquichuelo en que viajaba iba a zozobrar en el Golfo de Vizcaya, dio un nuevo sorbo a su martini -con dos aceitunas, como siempre- y continuó:
-Yo creo en la justicia del Señor, pero creo más en su misericordia. Dios es amor, y como Dios es infinito su amor ha de ser infinito también. Es un padre amoroso más que un riguroso juez, y no castiga a sus hijos con una condenación eterna. Creer en el infierno es no creer en la infinita bondad de Dios. Pero, si no hay infierno, ¿entonces dónde está Hitler? Quizá reencarnó en un pobre infeliz que en este momento está siendo afeitado por un mal barbero judío.
Así dijo Jean Cusset, Y dio el último sorbo a su martini, con dos aceitunas, como siempre,
¡Hasta mañana!...