En esta tumba del cementerio de Ábrego se ve un nombre escrito con letras que apenas se pueden leer en una tosca cruz de madera.
El nombre dice: "Amapola Gáuna". Bajo él se miran dos fechas: 1920-1937.
No me llama la atención el apellido: aquí el Gaona se convirtió en Gáuna. El nombre sí me intriga. En el rancho las mujeres se llaman María, Juana, Petra, Guadalupe, Paz, pero no Amapola.
Nadie sabe quién fue. Ninguno la recuerda, ni siquiera don Abundio, que tiene el cargo honorario de "esperencia", o sea el que más experiencia tiene en la comunidad y más sabe de sus cosas.
Entonces yo he inventado su historia. Murió a los 17 años después de dar a luz su primer hijo. Nunca le gustó su nombre. Antes de morir les pidió a sus padres y a su joven marido que en su tumba le pusieran el nombre que siempre le había gustado: Amapola.
Su historia -la que inventé para ella- dice que cuando murió se fue al Cielo. El buen Dios la recibió y le dijo:
-Bienvenida seas, Amapola.
¡Hasta mañana!...