BURRO.
Asno.
Pollino.
Jumento.
Rucio.
Borrico.
Lástima: tantas palabras para nombrar a esa mansa y paciente criatura, y la estoy viendo desaparecer.
En el Potrero ya casi no hay burros. Antes se oían sus sonoros llamados por aquí y por allá. Ahora lo que se escucha es el ruidoso paso de las motocicletas que usan los campesinos jóvenes, olvidados del que fue fiel compañero de sus padres y de sus abuelos.
Imposible intentar la defensa de esta humilde, si bien no silenciosa criatura. Ni los borricos ni yo podemos nada contra la modernidad. Cambian los tiempos -otra cosa no pueden hacer-, y con ellos cambia todo. Platero y yo estamos en vías de extinción.
El burro de las 6 me despertaba todos los días a esa hora de la mañana con su saludo wagneriano. Yo lo daba a los mil diablos por sacarme de mi tranquilo sueño campirano. Ahora me despiertan a las 4 de la madrugada los roncos rugidos de las motos en que los muchachos vuelven de una boda o unos 15 años, y me doy a los 10 mil demonios por no haber sabido apreciar el armonioso rebuzno del burro de las 6.
Caminemos, Platero, por la senda que lleva al olvido.
¡Hasta mañana!...