EL FRAILE COCINERO LE PIDIÓ A SAN VIRILA:
-Haz el milagro de que los platos de la cena queden lavados.
-Claro que sí, hermano -respondió él. Y se puso a lavarlos.
El padre superior le ordenó a San Virila:
-Haz el milagro de que el muro que está caído en el huerto vuelva a estar en pie.
-Desde luego, reverendo padre -dijo San Virila. Y con piedras y argamasa trabajó durante dos semanas hasta que levantó el tapial.
El portero del convento le rogó a San Virila:
-Haz el milagro de que yo no esté tan gordo.
-Por supuesto -contestó San Virila.
Y en adelante sólo le sirvió media ración en las comidas. En unos meses el hombre adelgazó.
-¡Caramba! -exclamó San Virila, feliz-. ¡Cuántos milagros podemos hacer cuando nosotros mismos hacemos los milagros!
¡Hasta mañana!...