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México en el espejo de Colombia

JORGE ÁLVAREZ FUENTES

México debería verse reflejado en el espejo de Colombia. Cuantas similitudes y lecciones. La violencia criminal y una fallida confrontación con grupos armados y narcotraficantes por largo tiempo. Décadas de una "guerra" que continuamos perdiendo. Vivimos una violencia generalizada que como sociedad no hemos sabido encarar. Por ello, comprender lo que ha pasado en Colombia en los últimos 40 años, incluso en los últimos meses, aun con las notables diferencias, allá el combate contra longevas y arraigadas organizaciones guerrilleras, acá en la denominada guerra sucia, la difícil construcción de frágiles acuerdos de pacificación y la persistencia de mecanismos de represión, teniendo regímenes políticos distintos, puede contribuir para mirarnos bien a los ojos. Sin rehuir la mirada, sin eludir las responsabilidades presentes y pasadas, sin evadir las consecuencias de la acción y la complicidad. Debemos asumir de manera pública, como sociedad atemorizada, que vivimos una tragedia de violencia e inseguridad en nuestras calles, en lugares públicos de reunión, en los transportes, en nuestras comunidades. Es en extremo grave y dolorosa, por lo cual debemos cambiar un estado de cosas, ir al fondo y resolver, antes de que sea demasiado tarde. El asesinato de dos sacerdotes jesuitas en la Sierra Tarahumara, a manos un líder de un grupo criminal es un abominable parteaguas que pone al descubierto las lacerantes realidades del circo mediático que lideres políticos, comunicadores y beneficiarios de la degradación social han preferido montar, ante la falta de justicia.

¿Hasta cuándo vamos a detener, reducir y acabar con la violencia que nos desangra, participando todos? Creo que hasta que dejemos de pensar de manera colectiva que la barbarie es normal, inevitable. Hasta que dejemos de resignarnos ante años de fallidas políticas públicas de seguridad por parte de ineptos gobiernos sucesivos que compiten por su cinismo y desfachatez. Gobernantes que lo único que han hecho en 30 años es haber puesto al ejército y a la marina a cargo de una responsabilidad y unas tareas las cuales ni siquiera está en su mandato constitucional.

Comencemos por aceptar que tenemos gravísimas dificultades para mantener nuestra seguridad interna; que encaramos muy serios problemas para defender nuestra seguridad externa, respecto del control soberano y eficaz sobre nuestro territorio, nuestras costas y cielos y nuestras vías de comunicación, entre otros factores, debido a la ilegalidad solapada, la rampante corrupción aceitada por el dinero sucio, la impunidad congraciada y la falta de justicia, junto con el mortífero ingreso, distribución clandestina y uso de miles de armas. El fantasma de un Estado fallido, en los hechos, es una constante, real y cotidiana. El Estado mexicano tiene el deber de otorgar seguridad a la población, contando con el monopolio del uso legítimo de la fuerza. No lo olvidemos. Aun en medio de las justificaciones mendaces, y las muertes diarias y la frecuente retirada, deshonrosa, de las fuerzas del orden, sobrepasadas por el poder de fuego y el dinero de sus oponentes.

Al igual que los anteriores, el gobierno actual está lejos de honrar el compromiso fundamental de cumplir y hacer cumplir la ley y garantizar el estado de derecho. En el país se cuentan por decenas de miles los asesinatos dolosos, feminicidios y desapariciones forzadas; por miles los asaltos, secuestros, extorsiones, disputas territoriales entre carteles, con numerosas víctimas inocentes; por cientos, tienen lugar diariamente enfrentamientos armados entre sicarios, bandas, grupos armados, paramilitares, autodefensas, guardias nacionales y guardias blancas, en los que participan policías, soldados y marinos, junto con miles de jóvenes y adultos reclutados por organizaciones delictivas reconocidas.

La convivencia con personas que actúan y viven al margen de la ley es inocultable. Igualmente el que se siga eludiendo una responsabilidad fundamental, al no combatir a fondo al crimen organizado. Para millones de mexicanas y mexicanos el derecho a vivir en paz es una patraña, una falaz hipocresía, en un país salpicado de sangre. No podemos llamarnos a sorpresa ante las frecuentes señales de alarma de gobiernos extranjeros y organismos, ante casos proditorios reportados por la prensa internacional, las repercusiones internacionales respecto de cómo hechos recurrentes y graves de violencia extrema e inseguridad pública ahuyentan las inversiones, ponen en fuga a las empresas e inhiben el comercio lícito, sin dejar de lado las alertas y restricciones de viaje que socavan el turismo necesario o las denuncias desatendidas ante una ingobernabilidad que raya en el escándalo.

El reclamo en México es que las autoridades rectifiquen estrategias fallidas y convoquen, en consecuencia, a un diálogo nacional para emprender acciones inteligentes e integrales con un solo y único fin: alcanzar la paz, mediante una participación amplia, decidida, popular y convergente. Urge sentar las bases en regiones, ciudades, comunidades, localidades, organizaciones sociales y en las redes digitales, para construir la paz juntos desde abajo y hacer que cesen los balazos. Hay expertos, diagnósticos y propuestas de solución. Eduquemos a niños y jóvenes para la paz.

Hagámosla la protagonista. Ahí es donde puede haber valiosas experiencias del proceso colombiano que debiéramos conocer, quizás adoptar, y decidir si aplican. Empezando por enfrentar de raíz las economías ilegales y definir las distintas maneras de implementar pequeños acuerdos a fin de conseguir una pacificación gradual, mediante una auténtica justicia transicional. México no está vacunado contra posibles estallidos sociales por una inconformidad ciudadana harta de un sufrimiento constante, con miles de víctimas y muertos, en medio de una insensata polarización política y una percepción colectiva de un país hecho garras. En los genuinos esfuerzos de base, de diálogos y negociaciones para conseguir la reconciliación y el perdón, mediante el acceso a la justicia verdadera, el esclarecimiento histórico y la búsqueda de la verdad, aun con toda su complejidad, deberíamos aprender de los colombianos.

@JAlvarezFuentes

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