Quizá el logro más relevante de la Cumbre de las Américas fue la Declaración de Los Ángeles sobre Migración y Protección. Esta compromete a las partes a ampliar vías para la migración legal, apoyar la integración de los inmigrantes, invertir en la gestión de los flujos migratorios y coordinar de manera temprana respuestas a la migración y el desplazamiento masivos sin precedentes en nuestro continente. Pero antes de echar las campanas al vuelo, es esencial reconocer que, del dicho en Los Ángeles, al hecho en el continente, hay un gran trecho. Cinco temas justifican este recelo.
Primero, si bien se acordó buscar estabilizar los movimientos migratorios invirtiendo en las causas estructurales que llevan a las personas a abandonar sus países y apoyar a naciones que han recibido grandes números de migrantes y refugiados, estos esfuerzos tomarán tiempo significativo en tener éxito si no van acompañados de mecanismos legales, transparentes, ordenados y seguros de movilidad laboral circular. Segundo, los esfuerzos de integración son esenciales. Aquí lo que ha hecho la Unión Europea con refugiados ucranianos debiera ser modelo a seguir en varios países del continente, incluyendo México: Bruselas otorgó un estatus de protección temporal a ucranianos por hasta un año. La medida les da derecho a vivir, trabajar y asistir a la escuela en países de la UE sin tener que pasar por el proceso formal de solicitud de asilo. Tercero, y vinculado con estas dos primeras premisas, cabe rescatar el modelo que ha seguido Polonia con los refugiados ucranianos. Es esencial desechar el patrón de campamentos de refugiados y migrantes en zonas fronterizas, tal y como existen en México y EUA. Éstos deben ser dispersados y acogidos en ciudades de todo el país con objeto de evitar la carga onerosa de vastos campamentos de refugiados y romper la depredación del crimen organizado. Cuarto, si bien se acordó aumentar el intercambio de información y la coordinación para desarticular redes de contrabando, aún queda mucho por hacer para combatir de manera eficaz a los grupos criminales trasnacionales que han desplazado a las redes tradicionales de polleros. En particular, la declaración debe utilizarse como punto de partida para armonizar mecanismos de protección y promover el principio de no devolución de potenciales refugiados. Es decir, se debe reforzar la práctica de que buscar asilo es un derecho en América y que los "cajuelazos", mediante los cuales se expulsa de manera expedita en violación a convenios internacionales y sin opción a activar los mecanismos que garantizarían un proceso de asilo a potenciales refugiados -como lo hizo Peña Nieto a partir de 2014 y ahora López Obrador- sean proscritos. Finalmente, la declaración le da la vuelta a una realidad ineludible: las políticas de disuasión por sí mismas no desactivarán esta crisis migratoria que enfrentamos en el continente.
Es difícil atisbar cómo se implementará en la práctica el acuerdo. Como muchas otras declaraciones internacionales, crea un conjunto de aspiraciones y propuestas compartidas, pero deja su aterrizaje y concreción y la implementación de entregables específicos para negociaciones posteriores, muchas de las cuales no serán fáciles de instrumentar. La Declaración de Los Ángeles solo tendrá éxito si se erige en el detonador de esfuerzos bilaterales y subregionales sobre cooperación migratoria en el continente y en el motor de una conversación real e integral.
