Si algo es difícil de entender es la violencia. Esa producida por el crimen organizado frente a un desorganizado estado que solo ve pasar las cifras negras que enlutan a la sociedad civil, la secuestran de miedo y generan un caos que se traduce en una economía contraída y que como para variar golpea sin piedad a las clases menos favorecidas. Lo más triste, es que como sostenía Platón, solo los muertos han visto el fin de la guerra.
No creo que la inseguridad este en sus peores momentos, vimos hace años cosas que no se han repetido, incendiar un casino con personas adentro a plena luz del día. Grupos de sicarios salir de un penal para cometer atentados contra sus rivales; o una desaparición masiva de estudiantes que hasta hoy sigue sin resolverse. No significa que el país este en paz. Lejos de eso vemos transitar una guerra entre carteles frente a la incapacidad del estado, no por falta de ideas o estrategias, sino porque los tentáculos del millonario negocio del tráfico son tan grandes que corrompen cualquier cosa.
A diferencia de Colombia, en México tal vez lo más complejo de la violencia producida por el narcotráfico es la forma en la que se ha politizado el tema. Argumentar de manera falsa el éxito o fracaso de un programa para enaltecer o desprestigiar a un adversario, es una cosa; pero tergiversar una realidad teñida de sangre y vidas, solo por sacar un beneficio política, es una estrategia tan despreciable como los mismos actos violentos que recientemente indignaron a la sociedad.
Está claro que los actores violentos encontraron una formula que parece dar resultados, salir a incendiar vehículos, hacer narco-bloqueos, atacar comercios y generar pánico en una sociedad indefensa e incluso convertirla en blanco de su ira. Frente a eso es fácil opinar, tomar decisiones no lo creo. México no es un país violento, es un país violentado, que es muy diferente.
Violentado por los intereses de un grupo de criminales asociados con parte de una clase política que escupe descalificaciones mientras hace parte de ese entramado, violentado también por cierta clase empresarial que avala o descalifica las políticas publicas, incluyendo las de seguridad, a discreción de sus intereses, mientras lava ese dinero manchado con la sangre de miles de mexicanos que no obtuvieron una explicación ante este desastre.
Mientras México pone los muertos, Estados Unidos destina, según organizaciones civiles de ese país, más dinero a la guerra contra el narco en América Latina, que en programas internos de prevención de consumo, que es directamente la causa de ese jugoso negocio que genera violencia. Europa voltea a otro lado, como si su mercado no fuera el segundo destino más importante del tráfico de drogas, y Asia solo entiende de mercados.
Incluso en el propio continente México parece estar solo. No hay pronunciamientos de Colombia sobre la producción indiscriminada de cocaína que inunda el país. Colombia no ha asumido públicamente, bueno al menos los anteriores gobiernos la enorme responsabilidad que tiene en está tragedia. Como tampoco Venezuela, que se ha convertido en una especie de puerto de salida de droga colombiana que tiene como destino México.
Y si en algún país quedó demostrado el fracaso de la guerra contra el narcotráfico es precisamente en Colombia, donde nunca se ha trabajado en la raíz del problema sino en las miles de ramas. Todo a complacencia de los Estados Unidos. Sino como se explica que en los años ochenta en el auge del cartel de Medellín, comandado por Pablo Escobar, ese país tenía sembrado cerca de 70 mil hectáreas de hoja de coca, y actualmente tiene más de 240 mil hectáreas sembradas, según datos del propio gobierno colombiano.
La estrategia de extraditar o asesinar narcotraficantes de nada ha servido. Se acabó con el cartel de Medellín y Pablo Escobar. Se acabó con el cartel de Cali y se extraditó a sus jefes, los hermanos Rodríguez Orejuela. Lo mismo paso con el cartel del Norte del Valle, la oficina de envigado y decenas de grupos más, todos muertos o extraditados, y sin embargo, el negocio sigue vivo y creciendo.
Por el contrario, la justicia norteamericana se ha convertido en una especie de pasaporte a la impunidad. En México Caro Quintero, Ernesto Fonseca y Miguel Ángel Félix Gallardo, han estado tras las rejas decenas de años. Mientras que en Estados Unidos la mayoría de los narcotraficantes que llegan a acuerdos con la justicia y entregan parte de su enorme patrimonio, luego de unos pocos años se pasean por las calles de Miami o Nueva York, escriben libros, guiones de televisión y viven lujosamente.
Queda claro que antes de cuestionar las políticas públicas de un gobierno, sería necesario estudiar a fondo el tema, porque desafortunadamente a veces lo único que conocemos, son las descalificaciones políticas que buscan lucrar con el dolor. No entender que "abrazos no balazos" es una metáfora de hacer las cosas desde la prevención, es pensar que el mejor gobierno es el que más dispara, en Colombia así fue, y parece no haber servido de nada.
@uyohan