
(SAÚL RODRÍGUEZ)
Se trata de una propuesta muy personal. La artista lagunera Lila Jamieson alista los últimos detalles previos a la inauguración de su muestra La línea que trazo es eterna, la cual desde la noche de este jueves estará en la pinacoteca del Museo Casa del Cerro. Será también la última exposición que el Instituto Municipal de Cultura y Educación (IMCE) monte en 2022.
Lila pisa la madera de la sala, mientras explica algunas de sus piezas y recita versos de Canto al desierto, el poema escrito por su tía abuela, la poeta Adela Ayala, pues la exposición también es una especie de canto a La Laguna y a las imágenes de su niñez.
“Es una serie. Llevamos dos años trabajándola (y digo llevamos porque yo hago las formas pictóricas, pero Talia Barredo fue la que hizo la gestión, la curaduría, la museografía). Primero, presentamos la mitad de esta expo en Saltillo, durante la pandemia. Luego Patricia G. Santiago nos invita a presentarla aquí”.
Profundidad y libertad pueblan los pigmentos de cada una de las más de 30 piezas. El discurso gira en torno a la ligereza, por eso los materiales textiles sin bastidores predominan. Los colores mostrados son propios de la Comarca Lagunera. Su pintura no es estática, se configura en constelaciones que acompañan al visitante.
“Una tela se puede convertir en un tendedero, en un muro, en un vestuario, en una escenografía. Tiene esa facilidad de ser compactada y ser expandida”.
Lila Jamieson basa en textos a algunas de sus obras. Habla de la calma cuando todo se derrumba, de astros que ha percibido bajo la noche del desierto, del amanecer y del anochecer en la Comarca Lagunera, de la herida en la tierra por la que fluye el río Nazas.
Las telas y papeles que albergan sus obras tienen base de algodón, ese oro blanco que significó el primer apogeo económico de La Laguna. Trabaja con acrílico con base agua, evita emplear solventes. Plasma imágenes de sus recuerdos, hilados durante la pandemia, y, en ocasiones, recurre al autorretrato.
“Recuerdo mi infancia, cuando mi abuelita me llevaba al Campestre a nadar, o al Hotel Villa Jardín y al río cuando soltaban el agua. Luego se secó todo, se entubó todo. Entonces me hacía falta el agua, este recuerdo de las nadadoras, de las bañistas y estos cuerpos tostados en el verano”.
Otro punto significativo en La línea que trazo es eterna, recae en el empleo de fauna. Lila pinta plantas con ciertas referencias, pero también emplea ejemplares físicos como un par de ejemplares de chlorophytum comosum, mejor conocida como malamadre por aventar sus semillas lejos de sus raíces.
“En pandemia fue súper importante. Todos necesitamos un jardín durante el encierro. Nos empezamos a meter en las plantas y en las macetas, hasta en cosechar tomates. Pero les comentaba que mi tía abuela es Adela Ayala, es poeta, y recuerdo que de niña leía sus poesías y en algunas hablaba de cuando el río llevaba agua, de las amapolas, de las palmas de dátiles. Siempre me imaginé a La Laguna muy verde”.
La fauna conecta varios episodios de su vida, incluido el actual, donde cursa un doctorado en la ciudad de Cuernavaca, Morelos. El maíz, las palmas datileras y de cocos, la yuca y otras plantas, representan especies de alfabetos visuales.
“La línea que trazo es eterna, habla un poco sobre las venas, sobre cómo estamos trazados o cómo empecé mi primer dibujo de niña, en el kinder, esa línea que te hacen hacer y cómo acaba en una línea en mi diario en el día de ayer. Seguirá, es una línea que seguirá”.