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La ópera me ha ayudado a ponerme en contacto con mis emociones: Gerardo Kleinburg

Una de las voces más autorizadas en México para hablar sobre este género

La ópera me ha ayudado a ponerme en contacto con mis emociones: Gerardo Kleinburg

La ópera me ha ayudado a ponerme en contacto con mis emociones: Gerardo Kleinburg

SAÚL RODRÍGUEZ

La ópera se gestó en un momento cimero del Renacimiento, donde los individuos, artistas y pensadores se obsesionaron con mirar al pasado, en particular con el periodo clásico griego. La ahora ciudad italiana de Florencia fue el punto donde esta nueva expresión artística emergió, para así hacer conjunto entre el teatro y la música.

Gerardo Kleinburg es una de las voces más autorizadas en México para hablar sobre este género. Crítico y promotor musical, exdirector de la Compañía Nacional de Ópera de México y del Festival Internacional Cervantino, receptor de condecoraciones como la Medalla Mozart (1994) y el Premio de Crítica del Festival Internacional de Música de Salzburgo (1991), Kleinburg es creador de Hablemos de ópera, serie de pláticas virtuales sobre este género que a partir de este martes 11 de enero, a las 18:00 horas, serán transmitidas por el Facebook del Instituto Municipal de Cultura y Educación (IMCE) de Torreón.

“La ópera surge por este grupo de intelectuales reunidos en la Camerata florentina, que están interesados o determinados en tratar de traer el teatro griego al presente. Tratan de evocar ese teatro a través de una suerte de nueva forma artística, donde se incorpora un elemento al que llaman recitativo. Es decir, ellos se imaginan que los griegos declamaban de una manera tan estilizada que estaba emparentada con el canto”.

Gerardo Kleinburg tuvo encuentro con la música clásica desde temprana edad, pero aunque su madre era amante de la ópera, él rechazaba el género. A Kleinburg no le gustaban las voces sobre los sonidos, pues en su perspectiva estropeaba la belleza de la música. Fue hasta el preámbulo de la adolescencia, cuando unos discos de La Bohème, la magna ópera de Puccini, cambiaron su parecer.

“Me puse a escucharlos con el libreto y me di cuenta que ahí se fundían muchas de las cosas que amaba: la literatura, la ficción, el teatro. Fue con La Bohème,que a los 12 o 13 años que quedé absolutamente infectado de por vida por género”.

El crítico encuentra en la ópera un terreno donde confluye todo lo que le interesa en la vida. Ese mismo terreno que Jacopo Peri divisó en su momento para componer Eurídice (1600), la ópera más añeja que sobrevive. También fue el camino que Claudio Monteverdi organizó en notas para componer su notable ópera Las fábulas de Orfeo (1607).

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“Los primeros músicos que se involucraron con la ópera no son grandes músicos. Son músicos que, de alguna manera, escriben esas semi anotaciones musicales para esos primeros ejercicios operísticos. Monteverdi es el primer gran músico, el primer genio que se acerca a la ópera y le da un carácter mucho más musical, mucho más cantado, ya menos recitativo, más cercano al aria, al canto operístico más tradicional que conocemos”.

Monteverdi, quien también fue compositor de madrigales y música religiosa, incorpora esos elementos en el naciente género operístico, añadiendo propiedades más musicales y orquesta amplia, desarrollada y participativa. Estos elementos varían según la circunstancia en el libreto de la ópera: los aspectos violentos debían sonar a música violenta y los románticos a música romántica, etcétera.

“Era algo que en el principio de la ópera no se hacía, pues era mucho más plana. Monteverdi aporta la música, el canto y los llamados afectos, la caracterización emocional a través de la música”.

Tal fue el impacto de la ópera que en menos de un siglo ya se había trasladado a otros lugares de Europa, símil a la migración del homo sapiens, adaptándose a distintos hábitats, entornos, en este caso con las prácticas artísticas imperantes fuera de Italia. Conocidas fueron las críticas emitidas por cortesanos de Luis XIV hacia Jean-Baptiste Lully, en sus primeros intentos por introducir la ópera en Francia.

“Cuando Lully quiere importar su producto a Francia, se da cuenta de que allí impera el ballet y el gran teatro clásico de la comedia francesa. Lo que hace es una especie de crossover, en el que incorpora el ballet a la ópera (cosa que no tenía en Italia), incorpora textos importantes de grandes escritores de la comedia francesa y se genera este primer híbrido que ya es el nacimiento de la ópera francesa”.

MÚSICA Y PALABRA

La relación entre la música y la palabra es un tema complejo que, según Kleinburg, la ópera ha resuelto en ocasiones con mayor o menor éxito. De este dilema, sólo los grandes han conseguido salir airosos. El crítico elige una frase empleada por Richard Strauss en Capriccio (1942), su última ópera, donde la condesa Madeleine dice: ‘Las palabras suenan, los sonidos hablan, todo es confusión’.

“En ese sentido, creo que los que han logrado esa afortunada confusión son quienes mejor lo han hecho, los que han logrado hacer hablar a los sonidos y sonar a las palabras. Es un tema muy complicado, pero la solución definitiva es dada por la teatralidad. Solamente cuando la música y la palabra están unidas, usadas de manera conjunta con un sentido teatral, la ópera funciona. Aquella ópera que no es teatral, no funciona. No forzosamente tienes que ser el más grande compositor de la historia para escribir una ópera maestra, lo que necesitas es nunca perder de vista la teatralidad”.

Y es que los grandes compositores de ópera como Giacomo Puccini, Wolfgang Amadeus Mozart, Richard Wagner o Richard Strauss, emplearon conscientemente la teatralidad en sus obras. Si la teatralidad no es el objetivo y la balanza en la obra está más inclinada hacia el canto o la música, la propuesta no funcionará.

Por tal motivo, además de los compositores, los libretistas son vitales para este género. Kleinburg despliega su lista con Ranieri di Calzabigi, quien trabajó con Christoph Willibald Gluck en Orfeo y Eurídice (1762); Lorenzo da Ponte, libretista de Mozart en Las bodas de Fígaro (1786); Arrigo Boito, cuyo Himno de las Naciones (1862) fue musicalizado por Giuseppe Verdi; Guiseppe Giacosa y Luigi Illica, claves para el trilogía de Giacomo Puccini en La Bohème (1896), Tosca (1900) y Madama Butterfly (1904); Hugo von Hofmannsthal, libretista de Richard Strauss en Electra (1909) e incluso el propio Richard Wagner, quien escribió sus propios libretos.

DIFUSIÓN

Con tres décadas dedicadas a la difusión del género operístico, Kleinburg conoce bien las dificultades de su tarea. El tiempo le ha otorgado sabiduría y se ha percatado de que, en años anteriores, su manera de invitar a la gente a la ópera no era la ideal.

“La ópera necesita que se le quite toda esta parafernalia que no tiene per se. Es un género profundo y brutalmente emotivo, directo, que se ha revestido de unos elementos de cultura, de elitismo, de pedantería, de supuesta altura intelectual, que no son exactos. La ópera se puede analizar con todo eso, pero fundamentalmente es un fenómeno puro de emotividad directa y potente”.

Durante su trayectoria, Kleinburg se ha preocupado en mostrar la ópera de manera sencilla, informal, coloquial y con los pies puestos sobre el escenario. Se trata de enseñarla desde la gente misma, de mostrar que la ópera vive entre el público.

“Que ya está entre nosotros, que la ópera tal vez ya nos gusta pero no nos hemos dado cuenta. Por eso he disfrutado tanto yendo a las cárceles de hombres, mujeres y menores, a centros de rehabilitación de adictos, a comunidades marginales para tratar de acercar la ópera y el éxito es enorme”.

Para el crítico, la ópera está dotada de simplicidad, aunque parezca lo contrario. Desde hace cinco años se ha dedicado a brindar cursos y conferencias presenciales sobre el tema, pero la pandemia lo obligó a confinar. Entonces, la idea de realizar pláticas virtuales brotó como una nota bien afinada, así nació el proyecto virtual Hablemos de ópera, el cual ha alcanzado los 60 mil seguidores entre 120 y 140 charlas, donde se ha contado con la presencia de figuras como Javier Camarena, Plácido Domingo, Rolando Villazón, entre otras.

Al proyecto se han interesado instituciones de todo el país para difundir y transmitir estas charlas por medio de sus redes, mismas a las que ahora se sumará el IMCE.

“La ópera sólo tiene una limitante. La ópera funciona para cualquiera, salvo para aquellas personas que no estén dispuestas a ponerse en contacto con sus emociones más profundas y más verdaderas: las buenas, las malas, las nobles, las innobles, las elogiables y las criticables. Todas las emociones humanas, buenas y no buenas, están en la ópera. La ópera me ha ayudado a ponerme en contacto con mis emociones, eso es lo que ha hecho en mi vida”.

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