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La naturaleza se muestra

GERARDO JIMÉNEZ GONZÁLEZ

Hace algunos días se afirmaba que este año se sumaría a los anteriores en la clasificación de años anormalmente secos o con sequía moderada, estimación que se hacía después de un invierno corto y una primavera anticipada que sometió a quienes vivimos en esta región a un estrés derivado de la ausencia de lluvias y días más calurosos, y de repente, porque así parece ser, llueve con cierta intensidad y nos inundamos en las ciudades, los ríos amagan con recuperar sus cauces porque los represamientos no pueden detener sus caudales. La naturaleza se muestra y nos da un mensaje que atrae nuestra atención.

Tal parece que el clima no sigue los mismos patrones que estamos acostumbrados a observar. Ciertamente, el clima está cambiando porque los patrones que lo han regido durante el último período en que se define (se requieren 30 años para definir el clima de un lugar) se están modificando: la precipitación tiende a disminuir y la temperatura a aumentar, indicando que estamos ante una transición climática que nos pone enfrente posibles nuevos escenarios, donde es probable que los 240 mm que en promedio nos llueve al año pueda descender, pero mientras tanto se nos presentan las típicas lluvias torrenciales de verano, aunque también llueve en otras fechas con volúmenes precipitados distintos a los años anteriores, a lo que hemos definido como fenómenos meteorológicos "atípicos".

Esto también se observa en la temperatura, cada vez son más los días en que el termómetro indica 40 o más grados y ya no solo es mayo el mes más caluroso, julio rebasa los datos anteriores, fenómeno que también calificamos como "atípico". Si en realidad estamos en una transición climática estas "irregularidades" en el clima podrían ser los indicadores de que este está cambiando, por lo que no solo debemos modificar nuestra percepción sobre el mismo, también debemos adaptar nuestra forma de vida ante tales cambios.

Pero el cambio no solo es de percepciones, si consideramos que estas son las formas inmediatas y cotidianas en que basamos nuestro entendimiento sobre el medio que nos rodea, en el que vivimos, también tenemos que cambiar nuestra visión de este medio, es decir, el escenario futuro que queremos frente a las posibilidades que tenemos de vivir en él. Si somos habitantes del desierto el problema no es conquistarlo, como se ha dicho en ese eslogan erróneo que repetimos sin reflexionar que significa, ya que la realidad es que debemos entender que vivir en zonas áridas presupone limitada disponibilidad de agua y temperaturas elevadas o extremas, y por consecuencia nuestra adaptación debería implicar cuidar el agua escasa que disponemos y no extraer de la naturaleza más de la que ofrece, o ser ineficiente en su uso, algo que nos ha caracterizado a los laguneros.

Al mostrarse la naturaleza en su versión árida, nos dice que ahí está presente y que nuestra vida depende de cómo la tratemos, que necesitamos cambiar esa percepción y visión errónea que tenemos sobre ella, que evitemos esa violencia con la que la tratamos que la está destruyendo, que busquemos una forma más armónica de relacionarnos y convivir con este ambiente no solo en el presente, sino en el futuro. No hacer caso a este mensaje nos cobrará factura como ocurre cuando desechamos o invadimos los cauces de los ríos, destruimos los ecosistemas y hábitat naturales, incluyendo aquellos que declaramos bajo protección como sucede, en el caso de La Laguna, con el Cañón de Fernández y los otros espacios protegidos insulares que tampoco respetamos por omisión o ignorancia.

Vivir en el desierto implica ajustar nuestra economía y vida doméstica a los recursos naturales disponibles, no sacar agua de más de los acuíferos o pensar de trasvasarla de otras cuencas en aras de un crecimiento económico que termina convirtiéndose en una ficción, porque provoca desequilibrios ecológicos que nos cobrarán factura en un futuro próximo, como sucede en esta región al agotar las reservas futuras de agua al sobreexplotar los acuíferos. No hay necesidad de hacerlo y el llevarlo a cabo sin corregirlo, como nos resistimos los laguneros a estabilizar esos acuíferos abatidos, nos muestra como habitantes inacabados de estos lares que no hemos comprendido donde y para que vivimos, incapaces de construir un mejor futuro por la visión cortoplacista que tenemos sobre el desarrollo.

Hay que cambiar esta visión, esto es posible como lo fue construir la que tenemos en nuestra corta vida como región, como habitantes de ella. Esto es fundamental en la vida de las generaciones presentes y, sobre todo, futuras, de los laguneros.

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