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La Maestra de Carlos Moreira, una antirecomendación literaria

YOHAN URIBE

Cuando una obra literaria de ficción retrata con crudeza la realidad de un país violentado como México, suele causar en el lector una reflexión íntima. El buen arte sobre todo es político, no construye apologías sobre el crimen, sino que sobrepone en el imaginario colectivo la humanización de un fenómeno que nos guste o no está presente en la vida diaria de los ciudadanos. Al menos esa sensación me queda cuando he leído autores como Elmer Mendoza, Luis Humberto Crosthwaite, Daniel Sada o Yuri Herrera.

Pero cuando el autor que narra crímenes contra políticos y periodistas, el devenir del narcotráfico, la forma de operar de las mafias y el cinismo de la corrupción y la impunidad que reina en nuestro México, se llama Carlos Ariel Moreira Valdés, hermano de los exgobernadores Humberto y Rubén Moreira, y del actual diputado local Álvaro Moreira, no queda precisamente una sensación de reflexión, más bien de impunidad.

Carlos Moreira, quien ha controlado desde el 2004 y por tres periodos consecutivos las secciones 5, 38 y 35 del sindicato magisterial en Coahuila, publicó bajo el sello editorial de Espasa, una obra de ficción titulada "La Maestra", en la que intenta, sin mucho éxito, dibujar una acuarela sobre la ex poderosa líder del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) Elba Esther Gordillo Morales, y su tránsito por el Partido Revolucionario Institucional desde los años 70.

Tanto el ascenso como la caída de la "Maestra" Elba Esther, en el libro de Carlos Moreira, parecen más una venganza partidista que una construcción literaria, las imágenes no son claras, la construcción de los personajes vacíos, y se percibe una confusión entre los personajes reales y los que inventa el autor para intentar entregar datos y confidencias, a conveniencia, claro está.

Moreira no menciona en su libro la crisis actual de la sección 38 del sindicato magisterial, que él preside, y de donde por cierto salió el actual dirigente nacional (SNTE) Alfonso Cepeda Salas, otro personaje lleno de claroscuros y a quien por cierto no toca para nada. Tampoco habla del hueco en el fondo de pensiones que tiene en el caos a su sección sindical, ni las denuncias de grupos de maestros que han señalado su forma mafiosa de controlar el gremio, ni la protección política de la que goza.

Pensar que, porque el integrante de una familia que ha controlado políticamente a Coahuila en los últimos años conoce de cerca las entrañas del poder sindical del magisterio, sus protagonistas y el poder electoral con el que ha negociado impunidad desde finales de los años 70, puede describir a detalle el origen de esa cloaca de corrupción, es una mentira que supera cualquier intento de ficción. La narración se convierte más en un instrumento de manipulación política que en un retrato de la realidad.

No deja de causar cierta sensación de escozor cuando el autor detalla por ejemplo la forma en la que los grupos del crimen organizado han creado un caos social y como han logrado penetrar las instituciones del estado con su gran poder económico. La violencia contra los periodistas, que no queda claro si busca retratar a quienes han sido perseguidos también por su familia, o solo es una inocente ficción que se basa en la realidad de otros estados, porque Coahuila se encuentra ajeno a esa realidad.

En sus páginas no hay referencia de los sexenios de sus hermanos. Tampoco del papel del sindicado en las elecciones estatales. El autor mira las llamas de su vecino desde la comodidad de su balcón y no hace ni el más mínimo intento por prestarle su extintor.

Pensar por ejemplo en una escena: un grupo de maestros denuncia una serie de irregularidades de su líder sindical, que han afectado su seguridad social, fondo de ahorro, fondo de solidaridad, pensiones, seguro funerario, entre otras, de donde han salido millones de pesos usados para controlar el sindicato y patrocinar campañas políticas del PRI, es un retrato cruel de la realidad. Salvo que la escena no es del libro, sino de la prensa coahuilense, Carlos Ariel Moreira, pasa de escritor a ser el líder sindical acusado y denunciado.

No se puede ser juez y parte, menos cuando se trata de un tema de corrupción política y sindical. Tampoco se puede utilizar la literatura como una herramienta para dejar bien parados a los amigos y pisotear a los adversarios. No es una investigación periodística, tampoco la de un escritor que ha trabajado para seguir las huellas de ese monstruo. Se trata de las opiniones ficcionadas de alguien que se ha beneficiado de ese sistema, que se mantiene en él y que lo ha utilizado a favor de su familia y de un partido político como el PRI.

Habrá que pedir la opinión de los maestros de Coahuila sobre la obra de Moreira. También escuchar a las víctimas de la violencia que aún buscan a sus desaparecidos o lloran en silencio la ausencia de sus seres queridos. Sería un buen ejercicio de crítica literaria, al menos más honesta. Lo cierto es que para quienes hemos investigado un poco sobre el papel del arte en el retrato de la violencia en México, este libro está lejos de buscar una reflexión.

@uyohan

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Escrito en: editorial Yohan Uribe editoriales

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