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'La Zandunga', un pacto con el diablo

CELSO PÉREZ ROMÁN.-

Transcurría el ya muy lejano año de 1931, tiempos de pujanza la Comarca Lagunera, tierra noble y generosa en que florecía lo que hoy es Torreón, serían grandes instituciones como el Estadio Revolución, el Bosque Venustiano Carranza, etc.

Pero como todas épocas, mientras para algunos eran bonanza y prosperidad, para otros muchos eran carencias y necesidades, en este último plano figurábamos mi familia y yo, mi padre tenía como rutina trabajar arduamente y de sol sol con fin de mantenernos mi madre, hermanos mí.

Yo, como hermano mayor, era quién más ayudaba a mi mamá en las faenas domésticas, a pesar que asistía a la escuela, la primaria Apolonia M. Avilés, donde cursaba primer año mis ocho cumplidos, con las enseñanzas de mi maestra, la muy 'célebre' Srita. Margerite Samaniego.

Todos los días, antes de dirigirme a la escuela, iba a la tienda más próxima a nuestra casa para llevar a mi madre lo que necesitaría para el sustento diario.

Vivíamos por la Av. Matamoros, entre las calles 10 y 11, y la tienda 'La Zandunga', estaba ubicada la esquina que forman las calles Av. Allende y calle 9, siendo propietario el Sr. Indalecio Calzada, hombre de tez blanca, estatura y complexión regular, frisaba entre los cuarenta o cuarenta y dos años, era soltero y vivía en compañía de su madre y hermanos.

Era común que al llegar al establecimiento siempre estuviera concurrido, principalmente por señoras y chiquillos. Don Indalecio atendía a todos con una sonrisa amable, paciencia y a la con singular precisión.

- Buenos días Sra. Gómez, ¿ en qué puedo servirle? - preguntaba.

- Por póngame un kilo de maíz y un cuarto frijol bayo

- Enseguida los despacho, présteme su canasta. -decía, desapareciendo tras la cortina que dividía con la trastienda, cuando volvía traía la canasta de su cliente repleta de víveres.

-Llévese esto también, seguramente que le va a ser de utilidad para su esposo que está enfermo.

-Muchas gracias Sr. Calzada, Dios le ha de pagar todo lo que hace por nosotros-. decía la humilde mujer.

-Ande, vaya sin pendiente.

Escenas como esta, eran muy comunes entre casi todos los que visitábamos 'La Zandunga', y la gente acostumbrada a las "dádivas' de Don Indalecio, sólo se limitaban a agradecerle, preguntándose cómo le hacía aquel hombre para repartir a manos llenas a tanta gente necesitada, pues aquella mercancía duraba uno o dos días, quedando vacío establecimiento, que era cuando Dan Indalecio cerraba las puertas, para siguiente día, al despuntar alba, "La Zandunga* abría sus puertas de par en par, ofreciendo a la clientela su anaqueles repletos de mercancías para cubrir las necesidades de todos nosotros y hasta con pequeños antojos para todos por igual.

Don Indalecio Calzada, de una manera altruista y sin distinciones, ayudaba a toda la gente del vecindario ante el descontento de Doña Margarita, su madre, a quien constantemente replicaba: 'No se me enoje madre, esta gente tiene mucha necesidad, ya veremos mañana'.

Y de esta manera salía del paso, pues ni él ni su madre eran personas acaudaladas, ni mucho menos tenían propiedades, pues ellos vivían en una casa rentada en el mismo local que ocupaba 'La Zandunga', el cual también era rentado.

Cierta noche, un vecino nuestro, Nicho, un hombre que trabajaba como pizcador de algodón, intrigado por la aparente riqueza del propietario de 'La Zandunga', lo invitó a tomarse unas copas una una cantina cercana, con fin de interrogarlo:

-¿Cómo le haces Calzada, pos tú todo lo regalas y te veo siempre muy despreocupado y con harto dinero en la bolsa ?

Don Indalecio, ya con algunos tragos encima, contestó:

-Mira Nicho, la verdad de todo es que yo, pues yo… tengo un pacto con el mismito diablo y pos de allí sale pa' todo, él me dá a manos llenas todo el dinero que quiero. Si me gasto todo lo que traigo, pal' ratito ya la tengo otra vez atiborrada billetes, de los grandes.

-No te lo creo Calzada, se hace que me estas cuentiando.

-No me creas si no quieres, pero mira - le dijo metiéndose las manos en los bolsillos del pantalón, sacando sendos montones de billetes con ambas manos- Tú crees que esto es mentira, ¿eh?

Nicho quedó estupefacto, asombrado de ver tanto dinero junto, como nunca antes lo había visto en su vida. Apoderándose de él la ambición, contento:

-Hombre, Calzada, pos mira… También quisiera ser como tú, ayúdame para yo también tener la oportunidad de traer tante "lana".

-Nicho no creas que es cualquier cosa, cualquiera aguanta demonio; y a mi se me hace que tú no resistes su presencia.

-Sí Calzada, sí aguanto hombre, no seas egoísta Don Indalecio se quedó momentos pensando; más de pronto resolvi6.

-Está bien Nicho, voy a llevar, quieres, pero de veras espero aguantes no eches para atrás.

-¿Podemos ir ahorita mismo? -preguntó Nicho.

-Sï, vámonos, nada más con la condición de que ya en el camino, no me preguntes nada, tú nomás me sigues y haces lo que yo te diga.

Salieron de la cantina y se fueron caminando por una oscura avenida Juárez hacia el oriente.

En el camino Nicho iba nervioso, pero trataba de que su compañero no se diera cuenta, mientras que Indalecio caminaba sereno a pesar de haber ingerido unos tragos de mezcal.

Caminaron un rato por aquellos lugares obscuros, sintiendo como sus pies se hundían en la tierra suelta.

Llegaron por fin al panteón de La Rosita, que hoy es terreno bardeado del IMSS, se detuvieron ante la puerta e Indalecio le dijo Nicho: "Aquí espérame, ahorita vengo", y se dirigió al interior con paso seguro.

Nicho se quedó parado junto a la puerta, viendo como Indalecio se perdía entre las sombras de noche y entre las rústicas cruces sobre tumbas, espero ahí casi una hora en que salió Indalecio con la misma actitud con que la entró, y dirigiéndose a Nicho le dijo: "ahora te toca a ti, entra

-Pero, ¿por dónde? Cómo voy a saber… -preguntó Nicho.

-Te dije que no debías preguntar nada, entra y ahí te darás cuenta.

Entró Nicho al interior con paso vacilante, pero no por copas, sino por el nerviosismo, pues sentía que el corazón se le iba a salir del pecho.

Nicho avanzó sorteando las tumbas, presintiendo un encuentro espantoso e inminente. De pronto sintió como un cuerpo pesado se posaba sobre su espalda, era una enorme bestia que con sus fuertes garras presionaba al momento que lo zarandeaba, arañándole el cuello, hombros, brazos y hasta parte de la cara.

Nicho intentó inútilmente zafarse de aquella horrorosa y descomunal bestia, sintiendo que de un momento a otro iba a desfallecer. Se encomendó con desesperación al único Dios todopoderoso, no sabiendo más de sí mismo, benignamente perdió todo el conocimiento y recobrándolo al sentir el viento fresco de la noche, dándose cuenta que Indalecio lo llevaba casi en vilo, pues sus piernas y todo su cuerpo no respondía ni se recuperaba del terror vivido; apenas si recordaría después cómo alcanzó a escuchar a Indalecio decir: "Esto no es para ti".

Y diciendo esto se encaminaron de nuevo a la cantina.

-Ahorita con unos mezcalzos te arreglo, asegurándose Indalecio que Nicho ingiriera el suficiente licor que lo ayudara a aturdir sus sentidos para olvidar la diabólica experiencia.

Al día siguiente que despertó en su casa, sintiendo los efectos de la "cruda", además experimentó agudos dolores producidos por las heridas de los rasguños, que lo hizo recordar la aterradora aventura de la noche anterior.

Pasados algunos días, fue mejorando paulatinamente, hasta recuperar casi la totalidad de la rutina de su vida; pudiendo volver la misma persona que fué, se volvió taciturno y callado, lo que no evitó que platicara lo sucedido a algunos de sus amigos, entre ellos mi padre, que fué quien me contó años después todos estos acontecimientos.

Recuerdo que en aquel tiempo, la gente rumoraba que Don Indalecio tenía pacto con el Diablo, sin embargo, lejos de que la gente se ahuyentara; le trajo más popularidad a la tienda en el barrio; ya que la generosidad del dueño atraía a más personas.

La palomilla de chiquillos, nos afanamos por juntar arañas, pues Don Indalecio nos pagaba un centavo por cada una que capturábamos, regalándonos además golosinas.

Él era muy bueno con todos los niños que íbamos a la tienda, sin embargo a raíz de tanto rumor acerca de su persona, había despertado en nosotros una curiosidad muy grande de averiguar qué era lo que hacía cuando cerraba "La Zandunga".

Una tarde de esas, cuando por haber terminado temprano su mercancía, cerró; ocasión que aprovechamos para atisbar una rendija de la puerta que daba por la calle nueve, logrando alcanzar a ver solamente una mesa de madera cubierta por un mantel negro, cuatro cirios en cada esquina, así como una calavera y un libro negro en el centro. Esto lo hicimos varias veces, pero nunca vimos algo más.

Un día del mes de noviembre de 1933, Don Indalecio se despidió casi de toda la gente del barrio, diciendo que iba hacer un largo viaje, del que quizás ya no regresaría, pues inclusive por la noche acudió a la cantina e invitó por última vez a todos los parroquianos presentes como un último adiós.

Habiéndose despedido previamente de su madre y hermanos, quienes al decirles que iba a emprender un largo viaje, lo juzgaron de "loco".

Todos se vieron sorprendidos cuando descubrieron que a la mañana siguiente, Don Indalecio amaneció muerto.

Esa mañana "La Zandunga" no abrió sus puertas, ni las abriría jamás, su muerte no sólo sorprendió sino que conmovió a todo el barrio.

Indalecio Calzada, había pagado por fin su tributo a aquel que le había concedido favores recibidos.

Poco después deceso, su familia mudo del barrio, sin saber más de ellos, poniendo con esto punto final a la célebre y singular historia de Don Indalecio 'La Zandunga'.

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