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Sin lugar a dudas...

La discreción extraviada

PATRICIO DE LA FUENTE

"Quien no puede guardar sus pensamientos dentro de sí será incapaz de hacer grandes cosas".

-Thomas Carlyle-

Se dice que en boca cerrada no entran moscas. No obstante, en estos tiempos el encanto de la discreción desmerece frente a la estridencia y los desfiguros como constante de la vida nacional.

Convulsas las aguas, representantes de la oposición y el oficialismo parecen estar en competencia para ver quién vocifera y grita más. Donde antes existía la planeación estratégica y el saber olfatear las oportunidades hoy irrumpen los diálogos de sordo y las oleadas de fanáticos que defienden a ambos bandos sin posibilidad de acuerdo. Al advertir tales niveles de confrontación y estridencia, una sociedad hastiada termina alejándose y se rehúsa a participar.

De muchas cosas goza la república, menos de serenidad y templanza en quienes la gobiernan. Tendremos que armarnos de mayor paciencia porque con las campañas del 2024 a la vuelta de la esquina vendrá una oleada de suspirantes de todos los partidos que, queriendo ganar el favor de la ciudadanía y mayor presencia en los espacios públicos, no repararán ni tendrán empacho en aparecer hasta en la sopa.

Conforme se avecinan tiempos sucesorios y reacomodo de fuerzas, día a día dichos aspirantes irán perdiendo el sentido del recato sin advertir que a menudo las campañas las gana quien posea un mayor sentido táctico y de contención. Pero, como bien plasmara Enrique Santos Discépolo en su maravilloso tango Cambalache, vivimos un despliegue de maldad insolente.

Aunque sus detractores afirmen -con razón- que López Obrador emula el modelo populista que consiste en hablar todo el tiempo y a todas horas, en México la degradación del discurso ha sido un fenómeno paulatino que cobró fuerza desde tiempos de Vicente Fox.

Durante la campaña presidencial de 2000, el guanajuatense echó mano de lo aprendido como ejecutivo de una refresquera. Ayudado por publicistas y expertos en marketing político, su estilo franco y desparpajado lo convirtió en un contendiente sin paragón y fuera de los cánones a los que nos habían acostumbrado.

Por desgracia, Fox no supo cuándo parar o cerrar la boca, ni marcar un antes y un después entre suspirante y presidente. El guanajuatense abrazó la verborrea como política pública y terminó demeritando la investidura presidencial al punto de convertirse en parte del anecdotario de lo insólito y una caricatura de sí mismo.

Huérfano de facilidad de improvisación, Enrique Peña Nieto cometió sus mayores pifias cuando se salía del discurso u olvidaba el teleprompter, por ello evitó lo más que pudo conferencias de prensa y declaraciones banqueteras. Como expresidente guarda silencios sepulcrales que lo blindan; prefiere eso a ser esclavo de sus palabras.

Hoy, a falta de propuestas sustantivas y apostándole a que no advirtamos los magros resultados o nos distraigamos con el griterío, desde ambos lados del espectro se abraza la incontinencia verbal como si fuese virtud. Siendo justos, el mismo fenómeno ocurre a nivel mundial y a todas las escalas.

Asistimos a la observancia de una nueva generación de líderes que con frecuencia cruzan la delgada línea entre cercanía y sobreexposición. Una generación ávida de atención y necesitada, cual adolescentes impetuosos, de validación constante. En un santiamén transitamos de puertas cerradas e intrigas palaciegas a los días de la intimidad extraviada y Big Brother filmándolos hasta en el baño.

Aunque resulten grandes comunicadores y tengan facilidad de palabra, cuando nuestros gobernantes declaran y opinan excesivamente a menudo incurren en profundas contradicciones. Es ahí, en la cronología de sus discursos y la relatoría de sus acciones, donde encontraremos el grado de congruencia entre los dichos y los hechos.

También están las redes sociales, que no perdonan ni mucho menos olvidan. Extraordinario y provechoso invento siempre y cuando se sepan utilizar, por otro lado, potencian pifias y dislates y los llevan a la máxima expresión.

Como afirma Riviere, las diferentes sociedades y civilizaciones han encontrado siempre, a lo largo del tiempo, estos referentes mítico-humanos a los que venerar, admirar, seguir, y aún adorar para después, quizá, destruir o aniquilar.

Lo que también sabemos y demuestra la experiencia es que ninguna sociedad resiste constantes escenarios de confrontación y estridencia emanados de las esferas públicas o de gobierno. Ahí el caso de Estados Unidos, un país del que se pueden decir muchas cosas menos que no ha sabido recuperar cierto sentido de decoro y sensatez, o elegido la posibilidad de sanar sus heridas. Como muestra basta un botón: la derrota de Donald Trump y el haber optado por la templanza que representa el estilo de Joe Biden después de cuatro años de desenfreno, estridencia y locura en la Casa Blanca.

Estoy convencido de que México y los electores querrán, hacia 2024, recuperar mucha de la discreción extraviada para así sanar. No podemos apostarles siempre a políticos, sean de centro, izquierda o derecha, que queriendo ser omnipresentes nunca saben cuándo callar.

Twitter @patoloquasto

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