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EL RELOJ DE MOCTEZUMA

CLAUDIA GUERRERO S.

El Calendario Azteca lo mandó construir Axayacátl -sucesor de Moctezuma Ilhuicamina- a finales del siglo XV; fue esculpido en una piedra de basalto de olivino y es testimonio del arte y del conocimiento de los aztecas de los cálculos astronómicos del que aún no se han desentrañado todos sus misterios; inicialmente fue colocado horizontalmente en el templo Cuauhxicalco que era la casa de los guerreros cuauhtin o caballeros del Sol.

En la caída de Tenochtitlán, acaecida en 1521, los conquistadores lo trasladaron a lo largo del Zócalo y lo dejaron con el relieve hacia arriba al norte de la acequia real y al oeste del palacio virreinal en donde quedó expuesto durante casi cuatro décadas hasta que Alfonso Montúfar, arzobispo de México, lo mandó enterrar.

En 1790 el Conde de Revillagigedo, virrey de la Nueva España, mandó poner alcantarillado y empedrar la Plaza Mayor y durante las excavaciones lo encontraron junto con la colosal escultura de la diosa Coatlicue y lo dejaron a un lado en posición vertical para posteriormente colocarlo en el costado de la torre de la Catedral que ve al poniente; José Uribe Canónigo y Juan José Gamboa -comisarios de la fábrica de la santa iglesia- se la pidieron al virrey de acuerdo a como lo narra Antonio de León y Gama en su libro "Descripción histórica y cronológica de las dos piedras que en ocasión del nuevo empedrado que se está formando en la Plaza Principal de México, se hallaron en ella el año de 1790" y quien fuera el primero en explicar el reloj solar meridional que usaban los aztecas para contar el tiempo.

Este monolito conocido también como Piedra del Sol o Reloj de Moctezuma se volvió un referente urbano que evocaba un pasado glorioso de una identidad compartida. Manuel Orozco y Berra -historiador mexicano del siglo XIX- rescató el gran conocimiento astronómico que las culturas mesoamericanas tuvieron y logró ubicar cronológicamente los hechos relativos a la conquista de México según la correspondencia en ambos calendarios, el gregoriano y el azteca.

En 1885, para evitar su deterioro y conservarlo, lo trasladaron al Museo Nacional, lo que causó consternación social al punto de que circuló una hoja volante con un poema titulado "El adiós y triste queja del gran Calendario Azteca", que dice en su primera estrofa: "Adiós, Montepío querido, adiós, bella Catedral, me despido ya de ustedes, ya me llevan a encerrar"; fue colocado en la Galería de los Monolitos dónde permaneció alrededor de ocho décadas y además de convertirse en icono del museo, sirvió de fondo de fotografías de funcionarios y visitantes; finalmente, en 1964 es cuando se lleva a la Sala Mexica del Museo Nacional de Antropología e Historia en donde actualmente se encuentra.

El calendario, además de llevar dos cuentas de manera simultánea -de ciclos de 260 y 360 días en veintenas articuladas como engranes en un conjunto de 52 años-, también tiene un sentido espacial que transcurre secuencialmente sobre los espacios terrestres Este-Norte-Oeste-Sur; esta representación del conocimiento trasciende a la simple ubicación de un evento en una línea de tiempo por su gran contenidos semántico.

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