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ZAIDE P. SEÁÑEZ MARTÍNEZ

EJERCITAR EL SILENCIO

Hace unas semanas tuve la oportunidad de silenciar mi rutina mediante la experiencia de los ejercicios espirituales. Herencia de san Ignacio de Loyola, fueron producto de su experiencia espiritual. El santo escribió su práctica con la seguridad que podría ayudar a otros. Es un método para que el ejercitante reflexione, tome distancia de la vida, identifique qué le inquieta, cuáles son sus afectos desordenados y renacer el genuino deseo de encontrar a Dios en todas las cosas.

La experiencia para cada ejercitante es distinta y única. La dirección durante la práctica es clave, pues es necesario incomodar al participante a través de preguntas, como fue mi caso. ¿Por qué estoy aquí, qué busco? ¿Qué me anima, qué me angustia? ¿Cuáles son mis miedos, mis culpas? ¿En qué tengo puesto mi corazón? ¿Dónde y cómo están mis afectos? ¿Cómo es mi dios? ¿Cómo quiero vivir? Para dar respuesta a éstas y muchas más preguntas que van surgiendo en silencio, se revisan algunos pasajes de la Biblia, sobre todo, la vida de Jesús, tan perfectamente humano y tan divinamente Dios. Como método, los ejercicios espirituales tienen un orden y una secuencia, de tal modo que la persona repasa aspectos de su vida que dan luz, pero también oscuridad.

Es necesaria mucha imaginación, deseo y disposición para escuchar al espíritu; sobre todo, invocar la gracia. Aprendí a orar, no con palabras, sino con silencio y en el desierto propio. Soy una mujer inquieta, por lo que tuve que aprender a contemplar las aves, las flores… aprender a estar… estar haciendo nada. Escuchar mi respiración y mis suspiros. No fue fácil, luché constantemente contra mis habilidades analíticas, racionales, pragmáticas; contra mi propia desesperación. Tuve que resistirme a encontrar respuestas cómodas; a darme permiso de sentir, fluir y disentir. Disfruté el hecho de que la lectura me llevara al pasado y al futuro. Además de lo recomendado por el director, tuve la dicha de leer cuatro libros en nueve días. Fue de lo que más he disfrutado, pues no siempre tengo tiempo para leer textos que me relajen, me dejen enseñanzas y disfrute. Fueron lecturas con cierta intención: conocerme, darme cuenta en qué momento de mi vida estoy y a dónde quiero caminar. Reconocer el inmenso amor de Dios, a pesar de todo y a pesar de mí.

Dicen que los ejercicios no son para todos, y que tampoco todos los momentos son propicios para vivirlos. Siento que Dios eligió el momento favorable para mí. Ha sido una oportunidad para conocerlo y amarlo más, y en ese trayecto, conocerme más. Sé que es un camino que se transita durante toda la vida, no una meta que se logra durante la experiencia silenciosa. Vivir los ejercicios es un regalo de Dios para aprender a ser feliz, practicar el desapego a todo lo que nos impide ser libres. Agradecida con la Ibero por este obsequio. Dispuesta a practicar más silencios.

Los libros leídos fueron Orar con madurez, de J. Clémence; de E. Ponce de León, Jeshua y El Señor Jesús; y El perfume del viento en el desierto, de G. Gonella.

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