No cabe duda que el mundo pasa por uno de sus momentos más críticos de las últimas décadas.
Después de dos años de una espantosa pandemia que ha dejado un saldo de seis millones de personas muertas y 450 millones de contagiadas, estalló la guerra de Rusia contra Ucrania y con ella el espectro de una nueva guerra mundial.
La humanidad entera ha sufrido barbaridades con los estragos del COVID-19 que al iniciar hace dos años nadie imaginaba que cobraría tantas vidas y ocasionaría daños económicos tan severos en prácticamente todos los países.
Comparada con la gripe española que dejó más de 50 millones de fallecidos a partir de 1918, la pandemia actual podría considerarse hasta cierto punto trivial de no ser por el impacto económico, sanitario y mediático a nivel internacional.
Dicho de otro modo, el COVID-19 paralizó y aterrorizó a la humanidad que estaba acostumbrada a viajar a sus anchas, moverse sin gran dificultad y gozar de una salud hasta cierto punto envidiable.
El virus del COVID19 vino a recordarnos que los seres humanos somos frágiles y podemos ser víctimas de bichos microscópicos que son capaces de invadir nuestro cuerpo y ocasionar la muerte en cuestión de días.
La pandemia tiene muy poco que ver también con otras grandes tragedias humanas del siglo XX como la primera y la segunda guerra mundial que prácticamente diezmó a la población mundial.
En la primera gran conflagración internacional, ocurrida entre 1914 y 1918, se calcula entre 40 y 60 millones el número de víctimas mortales, esto equivaldría a casi la mitad de la población mexicana.
Mientras que la segunda guerra que se prolongó del año 1939 al 1945, la cantidad de personas fallecidas rondó entre los 70 y los 83 millones, cantidad por demás impresionante y que con frecuencia los seres humanos solemos olvidar por no decir que ignorar.
Por lo anterior cada vez que surge una guerra renacen los temores de un nuevo y sangriento conflicto internacional de grandes alcances.
Más ahora cuando el principal protagonista del actual conflicto bélico es Rusia, un país poderoso a nivel militar y el poseedor número uno en armas nucleares.
Actualmente se calcula que la Federación Rusa controla más de 4,430 ojivas nucleares activas, 2,430 estratégicas, 2,000 tácticas y más de 5,500 almacenadas para ser desmanteladas lo que suma alrededor de 16,000.
En tanto Estados Unidos almacena unas 2,550 ojivas activas, 1,900 estratégicas, 200 tácticas, 2,800 en reserva y unas 3,000 en proceso de desmantelar para un total de 8 mil.
Lo que no se conoce a ciencia cierta es la potencia exacta de cada arma nuclear aunque bien sabemos que una guerra nuclear entre Norteamérica y Rusia sería capaz de borrar a la humanidad entera de la faz de la tierra.
De ahí que la actual guerra de Rusia contra Ucrania tendrá que detenerse por la buena o por la mala en el menor plazo posible. De lo contrario irá en crecimiento la posibilidad de un ataque nuclear, en especial por parte de Vladimir Putin quien podría recurrir a ello en el momento que se sienta acosado por los países occidentales.
El delirio de poder por parte del presidente ruso es evidente y no doblará las manos hasta no ver cumplido su capricho de anexarse a Ucrania o por el contrario si la reacción de sus enemigos es de tal nivel que ponga en riesgo la estabilidad de su gobierno y de su cargo como mandatario.
Por lo pronto el presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, denunció un genocidio en contra de su país por los ataques contra civiles y demandó a Occidente endurecer las sanciones contra el gobierno de Moscú.
A su vez Vladimir Putin acusó a Estados Unidos de haber declarado una guerra económica contra Rusia y advirtió que pensaran muy seriamente que hacer ante el reciente embargo de petróleo por parte de Joe Biden.
El horno, pues, no está para bollos. Habrá que estar alertas y de ser posible "rezar juntos por Ucrania" como implora el papa Francisco "ante los ríos de sangre y lágrimas que corren en una guerra, que siembra muerte, destrucción y miseria".
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