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Recuerdos de una vida olvidable...

Eso lo dice usted

MANUEL RIVERA

"México es único", apuntaba con la autoridad que le daban su amplio saber profesional acerca de la conducta humana y sus innumerables viajes por buena parte del mundo.

"Aquí", añadía, "sucede algo que en ningún otro país me pasa: en cada seminario que imparto hay un fracturado y una pelea".

Los comentarios del instructor internacional de búsqueda y rescate eran escuchados con atención, no sólo por su autoridad, sino también por su visión de extranjero que hacía las veces de un espejo que permitía conocer mejor nuestra forma de conducirnos.

Aunque los incidentes a los que aludía jamás llegaron a ser graves, evidenciaban interesantes rasgos de la idiosincrasia mexicana, en ocasiones incapaz de separar el juego de la realidad e intolerante con aquello que haga dudar del machismo asociado a esta tierra.

Las actividades recreativas que implicaban moderado contacto físico, organizadas por el instructor colombiano, siempre invitaban a más de uno a no tolerar ni un empujón, pues por algo se era macho o "macha", y a ganar de cualquier manera, aunque fuera puesta en riesgo la integridad ósea.

En este contexto, nuestro instructor narró lo que para él se trataba de un chiste bien conocido, pero que por ser relatado desde el punto de vista de un ciudadano de otro país, pareció más un motivo de reflexión para todos sus escuchas de México.

Resulta, contó, que un grupo de mexicanos viajó al extranjero para presenciar el Campeonato Mundial de Canotaje, donde se encontró con un problema: los competidores no lucían sus colores nacionales, sino iban vestidos de blanco, evidentemente dificultando al público su identificación.

No obstante, prosiguió, el ingenio mexicano pronto encontró una solución.

El líder del grupo pidió ser seguido hasta lo alto de un puente por el que deberían pasar los remeros, lugar desde el cual sólo deberían hacer lo mismo que él.

No tardó en aparecer la canoa del grupo líder de la competencia, por supuesto inidentificable, lo que bastó para que los aficionados mexicanos descargaran sobre los deportistas toda clase de expresiones homofóbicas, insultos y críticas. Nada lograron: los atletas mantuvieron el ritmo sin romper ni un segundo su concentración.

La misma estrategia la pusieron en funcionamiento con el segundo y tercer grupo de competidores, sin obtener más resultado que observar cómo cuerpos impávidos y sudorosos remaban sin ninguna distracción.

Fue hasta que apareció la canoa que iba en cuarto sitio cuando las cosas cambiaron radicalmente.

-¡Parecen niñas!… ¡Rémenle como le gusta a sus jefas!-les gritaron al unísono los mexicanos desde el puente, acompañando sus palabras con enérgicas flexiones de brazos manteniendo los puños cerrados.

La respuesta fue inmediata:

-¡Esos del puente…!-y dejando a un lado los remos para usar sus manos como si fueran megáfonos, los atletas completaron conocida alusión a las progenitoras de aquellos a quienes se desea insultar con especial fuerza, agravio, claro, acompañado de rítmico silbido.

La reacción del grupo de aficionados fue de contrastante júbilo con el aparente enojo manifestado apenas unos segundos atrás. Ninguno de ellos dejaba de brincar y corear frenético "¡México, México!". Habían identificado plenamente al equipo nacional.

¿Encuentra usted alguna similitud entre los recuerdos citados y los dimes y diretes del Secretario de Gobernación y algunos gobernadores de la oposición?

Antes de que responda, permítame citar brevemente un último recuerdo:

Hace más de cuatro décadas entrevisté a Raúl Caballero Escamilla cuando era secretario general de la CTM en Nuevo León, tiempo en el que para algunos este personaje simbolizaba al charrismo sindical y avasallamiento de la libertad de asociación. Para mí fue una persona que me brindó buen trato y enseñó a pensar aun teniendo prisa.

Después de terminar la entrevista, que trató sobre la posibilidad de que él fuera el candidato del PRI a la gubernatura, me dijo si le permitía hacerme una pregunta, a lo que por supuesto accedí. Citó primero los nombres de algunas de las personas que estaban siendo mencionadas como aspirantes al mismo puesto y luego me inquirió: "¿Cree usted que alguno de esos políticos 'delicados' y de gustos 'especiales' tenga el carácter y la fuerza para gobernar?".

"¿Se refiere usted a esas personas como homosexuales incapaces de desempeñar ese puesto", dije sin grabadora ni pluma en la mano, parafraseando lo expresado por él.

"Bueno, eso lo dice usted, amigo Rivera".

Me despido y remito al párrafo anterior adelantándome a su respuesta, lector, sobre las escaramuzas verbales en tiempos de urgencias nacionales.

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