Para la gran mayoría de las personas es muy difícil seguir el hilo de las noticias pues estas se multiplican en número y velocidad inaprensibles. Televisión, radio, prensa y redes sociales han hecho que padezcamos tiempos infodémicos, es decir, sobreabundancia patológica de voces en plataformas de fácil acceso propiciando un debate disminuido en calidad que apresura el posicionamiento, pero debilita la reflexión y sofoca la pausa necesaria para aquilatar los contextos y argumentos. En los días que corren, la reflexión aburre debido a que implica poner en marcha el humano privilegio del razonamiento del que pareciera haber una renuncia generalizada pues se ha optado por dejarlo arrumbado para, en su lugar, colocar como vector del argumento propio al instinto con su irreflexiva inmediatez.
En este abrumador panorama de información, opiniones, narrativas y posiciones entreveradas es difícil hacer pausas para responder a la elemental pregunta acerca de qué es realmente importante para diferenciarlo del ruido sin sentido. Y todavía menos tiempo hay para dedicarlo a buscar dentro de lo importante aquello que es significativo para la construcción de las comunidades donde transcurre la vida personal, tanto las más inmediatas como son la colonia y la ciudad hasta las nacionales o planetarias.
Las páginas editoriales de los periódicos y las columnas de opinión televisada o transmitida por radio se ocupan, como se espera, de emitir comentarios y análisis acerca de los temas de coyuntura. De lo que aparentemente con su novedad resultaría de interés para el consumidor de noticias que más bien en nuestros días es mayoritariamente un consumidor de escándalos. Mucho se comenta, sí, pero poco se reflexiona acerca de lo que está detrás de la superficie con su novedosa atracción. Como hemos dicho, la reflexión ha dejado su relevancia en favor del espectáculo, por ejemplo, la detención de un capo del crimen organizado al que con el paso de los años resulta imposible fincarle cargos acordes a su supuesta peligrosidad o influencia, o la detención de un adversario político colocando ante el escarnio público pero ileso a la hora de recibir una condena del aparato de justicia. La sentencia, incentivo principal de una detención de esa envergadura, generalmente tarda o nunca llega, aunque el objetivo mediático sí se haya cumplido: escandalizar, hacer del espectáculo el cometido principal de la acción de la justicia.
En el libro "Las epidemias políticas", Peter Sloterdijk tiene un ensayo al que tituló "¿Dónde están los amigos de la verdad?" que bien merece ser texto de formación política y cívica en la educación media superior y de debate en la superior. En dicho texto plantea que "el habla se utiliza no solo para articular errores bona fide, sino también como medio para distorsionar consciente y deliberadamente los hechos", esto propicia la mentira. El error en el habla o en lo dicho puede ser consciente o no, pero la mentira sí es un producto de la conciencia y es posible gracias a la articulación del habla. Este pensador alemán refuerza su dicho y afirma: "uno no miente por error. Ninguna declaración falsa es innata". La consecuencia lógica en la argumentación de Sloterdijk sobre el tema de la mentira es la aparición del engaño y, en última instancia lo que denomina superstición, es decir, hechizo por los ídolos o ideología. Lo anterior hace que en la vida cotidiana presenciamos un pacto funcional entre quienes mienten y quienes son engañados a través de esa tercera forma en la que la conciencia se equivoca: la ideología. Error y mentira serían los otros dos.
De regreso al hilo central de esta colaboración, para superar la infodemia se requiere ir más allá de la opinión, el análisis y el comentario de coyuntura, y abrir espacio y tiempo para la reflexión, para un debate serenado que haga crítica de la ideología y haga evidente la mentira. Para lograrlo hay que ser contracultural y retomar la calma de la reflexión por encima de la prisa instintiva.
@EdgarSalinasU