Díaz Ordaz carga con la responsabilidad de lo que pasó en el 68. Lo de Tlatelolco comenzó con un juego de adolescentes que después de un partido de fut se pelearon entre sí. Se metió la policía o el ejército y los separaron brutalmente. Vinieron las protestas, y en lugar de reconocer el error, hubo más brutalidad, hasta de un bazucazo derribaron un portón de una prepa. De ahí en adelante todo mundo se metió; la universidad, el politécnico, la izquierda, un alud que nadie pudo parar. Como estaba encima el cumplir con el compromiso de las olimpiadas, hubo de poner la solución final el 2 de octubre en la plaza de las tres culturas. Masacraron a los manifestantes.
Este es el caso típico de un gobierno represor. Después vinieron las olimpiadas, pero la herida de aquel entonces, no sana. Dos de octubre no se olvida.
Echeverría había sido el secretario de gobernación de Díaz Ordaz. Ocupo la presidencia y viró su gobierno a una especie de socialismo muy suigéneris. Les dio asilo a los chilenos colocándoles en buenos puestos para que subsistieran; para el gusto de algunos se comportaron muy déspotas. En el setenta hubo otra represión de estudiantes, en el día del corpus cristi, utilizando a un grupo paramilitar que llamaron los Halcones.
Comenzaron las devaluaciones. El peso se fue deslizando perdiendo su valor frente al dólar.
De las cosas buenas fue poner a su hermano enfrente de cinematografía. Vino la primera época del nuevo cine mexicano que comenzó con la película de los caifanes. No era exactamente un cine comercial sino un intento de expresión social e intelectual. Se hablaba mucho del cine de arte europeo. Se pasaban muchas películas surrealistas y neorrealistas. A la juventud se le comenzó a llenar de distractores. Ya lo dijimos en el artículo anterior, el rock y sus alrededores fue el rey de la cultura juvenil.
A nivel mundial, las influencias fueron, Viet Nam y la llegada a la luna.
Echeverría mexicanizó su sexenio dándole mucho impulso al folklore. Se dejó de beber coñac para disfrutar del agua de tamarindo. Se impulsaron las artesanías y los bailes folklóricos. Los vestidos mexicanos y las guayaberas.
Lo siguió López Portillo, con el cual, la economía nacional se fue en picada. Dijo que iba a defender el peso como un perro y yo creo que, por eso, nos ha legado la peor devaluación de la historia. Nacionalizó la banca y acabó con los bancos.
Sexenio de triste memoria.
A Miguel de la Madrid le tocó bailar con la fea; componer la economía nacional que llegó a ponerle tres ceros a nuestra moneda; que todavía los tiene, pero escondidos. Ejemplo: el dólar se cambia por 20 pesos (más o menos), pero son nuevos pesos que en viejos pesos vienen siendo 20,000.
Hubo que poner correctores y virar hacia la apertura de la economía. Se comienza con la idea de privatizar.
Le tocó el temblor del 85, donde las autoridades tardaron en darse cuenta de la magnitud de la destrucción de la ciudad. La ciudadanía hubo de organizarse a sí misma para auxiliar a sus vecinos. Ese hecho fue sumamente criticado. Se perdieron edificios icónicos.
Las elecciones, al final de su período, fueron las primeras que se acercaron a lo que debía ser una democracia. Se fundó el PRD, su candidato fue Cuauhtémoc Cárdenas. Compitió en contra de Salinas y Cloutier. Se supone que ganó Cárdenas pero, el sistema se cayó. La mano negra fue la de Bartlett, el de petróleos. Le dieron la presidencia a Salinas.
En el sexenio de Don Carlos, se adelgazó lo más posible el estado y se vendió todo lo que se podía vender. A Slim le tocó el premio gordo, teléfonos de México. Se vendieron los canales de televisión, lo del cine. Se quemó la cineteca. Se vendieron los bancos, a los extranjeros.
También hubo el hermano incómodo que acabó en la cárcel.
Vino el asesinato de Colosio, a quien convertimos en una especie de santo. En Chiapas se levantó Marcos. A la economía se le sujetó con una tachuela.
