La noticia del momento en La Laguna es que el río volvió a fluir agua por su cauce seco. Los medios informan y la población acude a la, ahora sí, aunque se de manera efímera, ribera del Nazas, que atraviesa la zona metropolitana, reflejando con ello la añoranza de lo que fue y el deseo de recuperarlo por más tiempo, no solo por estos breves instantes.
A mediados de la década de los sesenta del siglo pasado, el gobierno federal diseñó e implementó el llamado Plan de Rehabilitación Hidráulica, construyendo la presa Francisco Zarco, el canal Sacramento y compactó áreas agrícolas, con el objetivo de aprovechar mejor el agua del río Nazas. Había que tener un mayor control de los flujos de agua que se liberaban de la presa El Palmito, captar los escurrimientos que alimentaban al río Nazas aguas abajo de este embalse, derivar agua por el cauce vivo hasta la presa San Fernando y encauzarla por un canal revestido de concreto, distribuyéndola hacia las áreas de cultivo a través de canales secundarios que la derivaban a otros canales menores y a los predios donde se establecían las siembras.
Toda esta organización de la red hidráulica de agua superficial del río Nazas se basaba en un cultivo rector, el algodonero, en torno al cual se liberaba agua de las presas e irrigar los predios durante un período que se denominó ciclo agrícola. Las compuertas de las presas se abrían a inicios de marzo y se cerraban a mediados de agosto, cubriendo cuatro riegos en el ciclo de primavera-verano. Algo similar, pero en condiciones diferentes ocurría con el río Aguanaval, a una escala mucho menor pero no por ello menos importante.
Esas construcciones hidráulicas de fines de la década de los años sesenta, así como las anteriores, particularmente la presa El Palmito tres décadas atrás, implicó una transformación importante en el manejo del agua superficial con el fin de controlar las inundaciones en la parte baja de la cuenca y aprovecharla mejor en la agricultura. Como se señaló, ese aprovechamiento se realizó con base al cultivo del algodonero, es decir, el manejo del agua superficial en La Laguna se orientó a apoyar la producción agrícola, en particular durante muchos años, a este cultivo.
Aun cuando existen algunas dudas planteadas por investigadores técnicos del agua y la agricultura, sobre si realmente se incrementó la superficie agrícola o mejoró la productividad de los cultivos, esto no dependió solo de esta variable, ya que existía una política pública a través de la cual el gobierno federal intervenía en la producción agrícola, principalmente en el sector ejidal, mediante el crédito y seguro agrícola, la investigación y asistencia técnica, la comercialización y otras formas, que en su conjunto determinaban los resultados que en ella se obtenían. Habrá que hacer un balance si esas intervenciones se tradujeron en una mayor productividad y mayores beneficios para los productores.
La pregunta que hoy nos hacemos si este crecimiento económico justificó los impactos ambientales que provocó, si en aquel momento se tenía conocimiento de que ocurrieran y si se pensó en mitigarlos o remediarlos. El asunto es que al iniciar la operación de la presa El Palmito en la parte media de la cuenca, se inició el desbalance entre entradas y salidas de agua en el Acuífero Principal ubicado en la parte baja de dicha cuenca, lo que con el tiempo se convierte en el más importante desequilibrio ecológico regional derivado, en ese momento, de los cambios tecnológicos del sistema hidráulico (represamiento de los ríos que tributan y forman el Nazas).
Tal situación no tendría trascendencia si se hubieran aplicado las medidas pertinentes en el control de las extracciones de agua del subsuelo, y no que se otorgaran concesiones sin conocer la disponibilidad de agua en los acuíferos, los cuales finalmente terminan sobre concesionados, sobreexplotados y hasta contaminados. Pero no sucedió así y otra vez factores económicos marcados por bonanzas temporales en la producción agrícola, como el aumento que tuvieron los precios internacionales del algodón, que estimuló ampliar la superficie de cultivo e irrigarla con agua del subsuelo, es decir, aumentar la frontera agrícola disponiendo ya no solo de volúmenes de aguas superficiales sino aumentando las extraídas del subsuelo, acentuando ese desequilibrio, mismo que, lamentablemente se agudizó al convertir a La Laguna en cuenca lechera, con una orientación productiva dominantemente forrajera en la agricultura.
Así, el Acuífero Principal parece ser la fuente de agua sobre la que se ha ejercido mayor presión humana, con abatimientos acelerados derivados de la falta de control en las extracciones. El bombeo excesivo no solo ha disminuido los volúmenes almacenados en este depósito de agua subterránea del cual depende gran parte de la actividad agrícola y casi la totalidad de la vida doméstica de los laguneros y otras actividades económicas, como la industria, el comercio y los servicios, también ha provocado una redistribución en la geoquímica del agua del subsuelo, desconociéndose en la actualidad su estado real pero identificándose una problemática grave de contaminación con arsénico y flúor que ha afectado la salud de la población que la ingiere involuntariamente.
Aunado a este impacto ambiental ha ocurrido otro: la desecación un tramo importante del río Nazas y la filtración al subsuelo que sucedía cuando tenía un caudal que fluía por ahora llamado cauce seco, sobre el que comentaremos en la siguiente semana, así como las dificultades y posibilidades de recuperar el río, al menos en la parte urbana (Río Urbano), para trascender de un río vivo efímero a un río vivo durante más tiempo.