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El Nuncio y el Abad

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ROBERTO ABE CAMIL

La advocación mariana de nuestra Señora de Guadalupe, entraña profunda polémica entre quienes con fervor y devoción se amparan bajo el manto de la Virgen Morena y aquellos que ven en el milagro de Guadalupe una magnifica herramienta de sincretismo y evangelización en los albores del Virreinato de la Nueva España. Estas diferencias han escalado en el seno de la iglesia católica mexicana, donde incluso milita un grupo de prelados que conforman un ala “negacionista” de las apariciones de nuestra Señora en el Tepeyac. Se escudan entre otras cosas en el sincretismo que asocia a la Tonantzin precortesiana con la Virgen María o al hecho de que no se han encontrado los restos físicos del indígena chichimeca Cuauhtlatoatzin bautizado como Juan Diego y a quien el Papa Juan Pablo II elevó a los altares en 2002.

Estas posturas diametralmente opuestas han coincidido a pesar de todo en un punto, el culto guadalupano está profundamente arraigado en el corazón de los mexicanos y la Virgen Morena constituye el principal referente de identidad nacional, no hay barrio a lo largo y ancho del país ya sea en zonas urbanas o rurales donde en una o varias de sus calles no se levante un altar a la Señora del Tepeyac. Incluso en una experiencia personal me permito compartir que hace años conversé en Puebla con un señor que pretendía pedir audiencia al Secretario de Gobernación para solicitarle que la imagen guadalupana remplazara al águila y la serpiente en nuestra bandera nacional, entonces prudentemente le sugerí desistir de sus intenciones.

Los desencuentros entre apologistas y detractores del milagro guadalupano han escalado incluso hasta altos jerarcas del clero y es aquí donde convergieron los caminos de Monseñor Justo Mullor García, Nuncio Apostólico en México entre 1997 y 2000 y Monseñor Guillermo Schulenburg Prado, Abad de la Basílica de Guadalupe por 33 años hasta su renuncia en 1996.

Monseñor Mullor fue un hombre extraordinario y congruente, quien siempre vio a México como una patria y quien también profesó una fuerte y arraigada devoción guadalupana. Nació en Los Villares en Jaén, España un 8 de mayo de 1932, siempre la causó gracia compartir fecha de onomástico con Miguel Hidalgo. Su padre fue un coronel del Ejército Español que al estallar la Guerra Civil por convicción se mantuvo leal al bando republicano, murió en la guerra y sus restos nunca fueron recuperados. Su madre fue una dama monárquica que llevó con entereza su viudez volcándose en la formación de su único hijo.

Mullor quiso ser arquitecto, pero se impuso la vocación sacerdotal y de ahí a la par de su sólida fe, tuvo una ascendente carrera en la Secretaría de Estado y la diplomacia vaticana, que lo llevó a distintas posiciones en África y como Nuncio ante los organismos de la ONU en Ginebra y las Repúblicas Bálticas. Juan Pablo II sintió un genuino afecto por él y en 1997 lo nombró Nuncio en México, un destino anhelado desde tiempo atrás. En México desplegó una labor incansable, no hubo semana que no visitará alguna Diócesis, recorrió todo el país. Se granjeo el afecto de todas las clases sociales, de la misma forma dejó ahijados en San Martín de las Pirámides que es recordado con afecto por los grandes capitanes de empresa.

Supo con tino y justicia ser un interlocutor con fuerza moral en el conflicto en Chiapas y un promotor decidido del Guadalupanismo organizando con éxito la cuarta visita de San Juan Pablo II a México en enero de 1999 y coadyuvando al proceso de canonización de San Juan Diego. Mullor fue también un hombre valiente y congruente que tuvo diferencias con Onésimo Cepeda el mediático Obispo de Ecatepec, a quien censuró comportarse como todo menos como un pastor. Las victimas del Padre Maciel pidieron audiencia con el Nuncio Mullor a quien le solicitaron enviar la denuncia de los crímenes de Marcial a la Secretaria de Estado Vaticana, el Nuncio conocedor de la influencia de Maciel, los aconsejó mejor entregar el expediente en propia mano al Cardenal Ratzinger, ese fue un tiro de precisión y el principio del fin de Maciel, sin embargo, este no se quedó cruzado de manos, era una bestia herida y uniéndose a Norberto Rivera lograron la remoción del Nuncio.

De cualquier forma, a Justo Mullor no podían borrarlo de un plumazo, su fama y trayectoria eran intachables entonces fue nombrado Presidente de la Pontificia Academia Eclesiástica, la escuela diplomática y de gobierno de la Santa Sede, donde en la magnífica terraza que da la romana Plaza de la Minerva, mandó colocar un mural de talavera poblana de la Virgen de Guadalupe, tras su retiro murió en Roma el 30 de diciembre del 2016.

Monseñor Guillermo Schulenburg Prado, hijo de un empobrecido emigrante alemán y madre mexicana nació en la Ciudad de México en 1916, al igual que Justo Mullor quedó pronto huérfano de padre lo que en su particular caso derivó en penurias económicas por lo que tuvo que emigrar a la tierra paterna a desempeñar modestos empleos y oficios, en 1930 ingresó al seminario y se ordenó sacerdote. Hay versiones que afirman que siempre procuro ocultar su origen modesto, su carrera eclesiástica ascendió y lo hizo Abad de la Basílica de Guadalupe una de las joyas marianas del catolicismo en el mundo.

Durante su periodo como Abad dirigió la construcción de la Nueva Basílica. Al Abad Schulenburg siempre se le cuestionó el manejo financiero de la Basílica llegando a tener encontronazos por lo mismo con la Curia mexicana, sin embargo, permaneció inamovible y todo indicaba que así sería pues su posición era vitalicia pero llegó diciembre de 1995 cuando concedió una entrevista a la Revista Ixtus que dirigía Javier Sicilia. En la entrevista puso en duda la existencia de Juan Diego aun no canonizado, el escandalo fue mayúsculo, esas afirmaciones por parte del Abad fueron intolerables y detonaron su renuncia en 1996.

A partir de entonces se ventiló lo que era un secreto a voces, la riqueza desmedida de Schulenburg que superaba con creces incluso los lujos que pueden darse altos prelados, manifestándose en abultadas cuentas bancarias, una colección de autos de alta gama y el ostentoso estilo de vida que iba de restaurantes de primera, a acciones en Clubes de Golf y residencias en Bosques de las Lomas en la Ciudad de México y Cuernavaca. La renuncia no mermó la opulencia del controvertido Abad quien continuó disfrutando de sus bienes terrenales hasta su muerte en julio de 2009.

En alguna ocasión se reunieron Justo Mullor y Guillermo Schulenburg, el primero le recriminó su proceder, el segundo intentó defenderse, sin embargo, la partida la ganó el Nuncio cuando educadamente, pero con firmeza le espetó al Abad: “lo único que usted puede hacer es entregar todas sus riquezas a la Virgen de Guadalupe”.

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