Muchos son los temas internacionales y los asuntos globales que nos ocupan; más lo que nos preocupan. Está la urgencia de superar el marasmo, salir del desconcierto provocado por la suspensión e interrupción de actividades provocada por la pandemia y poder dejar atrás el malestar, ante múltiples dificultades y conflictos que confluyen a un desconcierto mundial generalizado. ¿Cómo encontrar otras maneras, diferentes e innovadoras de salir del extravío de la inmediatez, de la falta de liderazgo y visión en el que nos encontramos como sociedad mundial? Conforme se prolongan los tiempos de la crisis sanitaria, económica y ambiental se vuelve imperativo vislumbrar otros escenarios de sustentabilidad y gobernabilidad en el mundo y en el país. Debemos imaginar y procurar aquellos escenarios posibles y deseables post pandemia. Unos que ofrezcan elementos de esperanza, de motivación y certidumbre, para que individuos, organizaciones, colectivos, empresas y gobiernos avancemos en la construcción de un mejor futuro, distinto del que creíamos, uno común, compartido y posible.
Entre estos escenarios, hay uno que es determinante para cambiar el curso de acción que nos trazamos de manera concertada en la Agenda 2030, la hoja de ruta en la que los miembros de la comunidad internacional convenimos, con sendos compromisos de cooperar y trabajar juntos para avanzar en favor del desarrollo. Se trata de transformar, de manera fundamental y urgente, las maneras distintas de comprender y actuar en la relación fundamental que existe entre los recursos hídricos, el agua y las ciudades, entre la gestión del agua y las necesidades de salud, bienestar y resiliencia de las poblaciones urbanas. Lo cual incluye la recuperación y aprovechamiento de los ríos, cuencas y riberas, el desarrollo de nuevas obras de infraestructura para recuperar y dejar de desperdiciar el agua de lluvia en las concentraciones urbanas. Ahí están muy claros y concisos dos de los grandes Objetivos de Desarrollo Sustentable: el sexto, que establece el propósito de garantizar la disponibilidad del agua, su gestión sostenible y el saneamiento para todos, y, el undécimo: lograr que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles.
Por ello, ante los crecientes desafíos de la disponibilidad de agua de calidad en cantidad suficiente, derivados del crecimiento poblacional, la urbanización acelerada y el cambio climático, debemos poner en práctica nuevas soluciones basadas en la naturaleza, aplicando conocimientos de ecología urbana, los resultados de investigaciones transdiciplinarias, así como el desarrollo de tecnologías y nuevas concepciones urbanísticas. Hay que trabajar con la naturaleza, no contra ella, conservando o rehabilitando ecosistemas o bien creando unos artificiales. El mejor ejemplo son las llamadas ciudades esponja, desarrolladas en China como un nuevo modelo de desarrollo urbano, hace más de 20 años. En ellas se aprovecha la infraestructura urbana, desde la revegetación de superficies impermeables, hasta los techos verdes, se utilizan pavimentos permeables y se llevan a cabo la construcción o restauración de humedales, de ríos urbanos y periurbanos. Mediante jardines pluviales se evita que el agua de lluvia provoque inundaciones, consiguiendo, además, su conservación para su posterior tratamiento y reutilización, en lugar de arrojarla al drenaje.
Estoy convencido que, en muchas ciudades mexicanas de alta densidad e intensa movilidad social, actividad económica, industrial, inmobiliaria y turística es deseable y posible resolver el desequilibrio en el manejo del agua, entre el desperdicio y la escasez, si se atienden los problemas derivados de continuar sellando los suelos con concreto y asfalto, lo que provoca islas urbanas de calor. Aún estamos a tiempo de adoptar concepciones más holísticas, utópicas sí, pero perfectamente realizables, elevándolas al rango de políticas públicas locales y nacionales.
Hoy sabemos, gracias a arquitectos, urbanistas e ingenieros ambientalistas como Kongijian Yu y otros, chinos, latinoamericanos y mexicanos, que los espacios abiertos pueden fungir como esponjas para absorber y filtrar las aguas pluviales, restituyendo su función ecosistémica. En las ciudades esponja se imita el ciclo natural del agua, se aumenta el grado de evaporación, generándose así microclimas, teniendo como fundamento una nueva planeación y gestión hidrológica de los espacios urbanos. En ellas hay pavimentos urbanos permeables al agua y se cuenta con otros materiales constructivos destinados a las superficies de banquetas, techos y fachadas, habiendo una visión innovadora de espacios abiertos, libres y verdes en los que la integración con la naturaleza se logra mediante plantas, jardines, superficies acuáticas y huertos urbanos, en armonía con espacios habitacionales, de circulación, comunes y recreativos.
Hoy sabemos que el crecimiento urbano y el uso global del agua irán aumentando a un ritmo constante; pero también es cierto que en las causas socioeconómicas que constituyen los principales factores de presión para los sistemas hídricos, ha habido algunos avances en la protección y restablecimiento de los ecosistemas directamente relacionados con el agua, a pesar de la deforestación, la negligencia en el cuidado de las montañas y la contaminación generalizada de ríos, lagos y acuíferos, por no hablar de los colosales impactos del cambio climático. Sin embargo, aún estamos a tiempo de poder restaurar los daños, recuperar y revitalizar el patrimonio que constituyen los recursos hídricos, a nivel global, nacional y local. Ello va a implicar que tengamos claro que todos tendremos que participar y pagar por ello, superando las desigualdades en la financiación que hoy se advierten entre los países en vías de desarrollo y los desarrollados. Efectivamente contamos con los diagnósticos y las soluciones. Recuperemos entonces la visión de futuro y dispongámonos a actuar sin demora.
@JAlvarezFuentes
