Son varios los amigos de Gilberto Prado Galán que ya han escrito a propósito de su repentino fallecimiento la semana pasada y yo no me cuento entre las personas autorizadas para enlistar anécdotas producto de la amistad. Pero tuve la fortuna de sentir su aprecio y amabilidad especialmente manifiesta en las reuniones que amigos comunes convocaban. El fallecimiento de Gilberto nos estremeció a bastantes. El silencio en La Laguna no debe ser el eco de su partida porque la sonoridad de su obra merece la lectura y, adelanto, el aplauso en el terruño.
Por un tuit de Heriberto Ramos Hernández me enteré de lo ocurrido. Además de consignar la noticia compartió una foto donde aparece Gilberto y con él estábamos el propio Heriberto, Jaime Muñoz Vargas, Javier Garza y yo. Aquella noche nos confió varias anécdotas con su amigo Luis Eduardo Auté en el piso del cantante poeta en Madrid. Todavía al momento de escribir estas líneas volví a anotar el nombre de Gilberto en Google para estar seguro de que, en efecto, ocurrió lo que decía aquel tuit. Y es cierto lo dicho allí.
Cada año los árboles frutales comparten de lo suyo. Es tan noble su condición que nos parece normal y es lo esperado, su naturaleza es dar fruto. Y por esa razón ya no nos preguntamos si lo ofrecerán o no porque lo damos por sentado: van a dar fruto. Algo semejante pienso a propósito de lo que deja Gilberto. Quienes seguíamos a más o menos distancia su andar, dábamos por supuesto que, tras su más reciente obra, seguiría otra que seguramente cavilaba ya. Era normal que el maestro del palíndromo y el agudísimo ensayista continuara la investigación detallada y la puesta en común de la lectura erudita. Él era fructífero y debía seguir así. Por eso su partida está en claro fuera de lugar pues algo estaba por hacer y compartir.
Esta partida es ocasión, al menos así lo tengo para mí, de reflexionar acerca de la obra de un intelectual y escritor como lo fue Gilberto. De entrada, me resisto a pensar que su tierra lo dejará pasar solo como una noticia, aunque no lo descarto. Al final del día, cada vez son más las evidencias del desuso de las humanidades y el castigo al que se les somete por inútiles, se dice. De manera que la pregunta, después de Gilberto Prado, es por el lugar de las humanidades y el trabajo intelectual en una Laguna llamativamente orgullosa de su muy precisa gastronomía, por ejemplo, pero poco afecta al aprecio y valoración de las tareas, como se decía hace mucho, del espíritu.
¿Cuál es el lugar de las humanidades en la Comarca Lagunera? ¿de qué le sirve a la región de los grandes esfuerzos el trabajo intelectual humanista? ¿por qué habríamos de lamentar la partida de un escritor si no leemos? No tengo las respuestas, pero quizá lo de Gilberto pueda ser pretexto para organizar un encuentro donde se barrunten ideas o se bosquejen respuestas a esas preguntas. Podríamos aprovechar su partida para motivar un diálogo en torno a ese tema y hacerlo como solía él abordar lo que tenía ante sí: con mucho sentido del humor y a veces no menos ironía, de esa que para entenderse había que estar preparado.
A propósito del terruño es de llamar la atención que, como Gilberto, sean más quienes solo al salir de la frontera del cardenche y el calor lograron desarrollar una carrera importante en disciplinas humanistas. Así de botepronto pienso en Mauricio Beuchot y Vicente Alfonso, por mencionar dos contemporáneos, o en Magdalena Mondragón y Enriqueta Ochoa por ir unos años atrás.
Dicho por sus amigos y compañeros, se ha ido el más avanzado del grupo "Botella al mar", entonces dirigido por Saúl Rosales. Muchos frutos penden de su árbol para quien decida cortar alguno. Mando mis pensamientos y abrazo a sus hermanas y hermanos, en especial a Javier, a quien he tratado más. Tantas cosas pasan en este valle que Gilberto tuvo razón cuando todo lo resumió con su "efímero lloré mi fe".
@EdgarSalinasU