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De política y cosas peores

ARMANDO CAMORRA

Don Inepcio notó que no satisfacía en la cama a su mujer. Se compró entonces el libro "The joy of sex" y lo leyó de cabo a rabo, centrando su atención en los capítulos relativos a las técnicas sexuales para el varón. Cuando creyó estar ya en posesión de ese útil conocimiento le dijo a su señora; "Te voy a hacer la mujer más feliz del mundo".  "Gracias -replicó ella-. Pero te voy a extrañar bastante". Una dama se presentó ante el gerente del Banco Inmobiliario del Nornoroeste y le pidió un crédito. "¿Para qué quiere usted el dinero?" -le preguntó el funcionario. "Para pagarles a los abogados -respondió la solicitante-. Me voy a divorciar de mi marido". "Perdone, señora -le indicó el del banco-. Para eso no prestamos dinero. Nuestros créditos son para comprar una casa, construirla o hacerle mejoras". "Precisamente -argumentó la mujer-. Mi divorcio cae dentro del rubro de mejoras a la casa". Donald Trump no sólo es el peor presidente que han tenido los Estados Unidos a lo largo de su historia: es también uno de los más deleznables especímenes humanos que han habitado ese país. Su ignorancia, su falta de sensibilidad, su absoluta carencia de valores son únicamente comparables en tamaño a su soberbia. La amistad servil que le mostró López Obrador, y ahora sus desencuentros con Biden, dan idea del tino político de AMLO. Ninguna duda cabe de que Trump faltó gravemente a su juramento y a sus deberes presidenciales en el curso del ataque que sus fanáticos partidarios hicieron al Capitolio. Con sus palabras y actitudes el desquiciado magnate propició ese atentando contra la ley y contra los principios democráticos que han inspirado a la nación americana desde su fundación. Debe ser enjuiciado por sus acciones y sus omisiones. Le toca responsabilidad por las muertes habidas ese día. Si Trump no es llevado ante un tribunal, si no recibe un castigo, ya sabrá el mundo que en el país de Washington y Lincoln, de Jefferson y Roosevelt, pesan más el dinero y los cabildeos políticos que la Constitución y las leyes que de ella han emanado. Si los demócratas de Estados Unidos -no me refiero a los miembros del Partido Demócrata, sino a los defensores de la tradición democrática- tienen instinto de conservación deben pedir por lo menos la inhabilitación política de ese desquiciado individuo que -increíblemente- podría llegar otra vez a la Casa Blanca, igual que aquí -increíblemente- nuestro caudillo podría caer en la desorbitada tentación de pretender quedarse en el Palacio Nacional en vez de irse a su rancho al compás de la música de Chico Che. Quizás esta mujer de nombre Kate Rpillar tenía vista, olfato, oído y gusto, pero tacto no tenía. Se topó con una amiga a la que hacía tiempo no veía y que mostraba las evidentes señas de un próspero embarazo. Le dijo: "No sabía yo que te habías casado". Respondió la amiga: "No me he casado". Preguntó Kate con tono inquisitivo: "¿Y entonces ese embarazo?". Contestó la otra: "Es de una compañera de trabajo. Me lo encargó unos días porque fue de vacaciones a Cancún". Nuestro rico idioma tiene un sabroso -y largo- vocablo para  designar a las personas entremetidas. Las llama "metomentodo". Antes de meternos a averiguar vidas ajenas deberíamos hacernos la reflexión que se hizo mi tío Jesús, católico devoto,  cuando un cierto general, rabioso comecuras, le preguntó por qué cada vez que pasaba frente al templo parroquial se santiguaba. "Mire qué coincidencia, general -le respondió mi tío-. Yo le iba a preguntar a usted por qué no se santigua, pero pensé: Bueno, y a mí qué chingaos me importa". FIN.

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