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De política y cosas peores

ARMANDO CAMORRA

"O tengo gripe o estoy embarazada"-le dijo la linda chica al ginecólogo. Añadió después de una pausa meditativa: "Y creo que más bien estoy embarazada, porque ninguno de los hombres con quienes he estado últimamente tenía catarro, pero todos tenían aquello que le platiqué". Babalucas era dependiente en una tienda de conveniencia. Un cliente le solicitó: "Me das una barra de pan. Y si tienes huevos, una docena". Babalucas, entonces, gritó con  energía y determinación: "¡Una docena de barras de pan!". En su cama de hospital el señor le dijo con voz pesarosa a su mujer: "Creo que estoy en las últimas". Le preguntó ella, alarmada: "¿Por qué supones eso?". Replicó el señor. "El médico no me pidió que abriera la boca y dijera Ah. Me pidió que abriera la boca y dijera X, Y griega y Zeta". A uno de mis amigos mejores lo mató un asesino. De eso hace ya 10 años, y sin embargo el criminal anda en la calle, y ha cobrado más vidas. El cigarro. Habrán de perdonar ustedes lo melodramático de mi declaración, fruto quizá de mis tempranas lecturas de las altas comedias -así se llamaban- de Linares Rivas, Benavente o Manuel Tamayo y Baus. Pero el tabaco es ciertamente un asesino. Está de sobra comprobado que mata. A mi amigo le quitó la vida a la mitad del camino con un cáncer de garganta. Hablaba él con elocuencia; era magnífico orador. Cantaba bellamente las canciones de Tata Nacho, Guty y Esperón. Su conversación era a un tiempo amena e instructiva; nos divertía y nos ilustraba. Un día el asesino lo tomó con sus garras por el cuello y le quitó la voz, la palabra y la canción. (Joder: otra vez Linares Rivas, Benavente y Manuel Tamayo y Baus). El mejor regalo que quienes fuman podrían hacerse a sí mismos, a aquellos con quienes viven o que les dan su afecto, sería dejar de fumar. Entiendo que eso es ardua empresa, pero cuando el médico le dijo a mi padre, empedernido fumador de cajetilla y media diaria, recién infartado: "Escoge, Mariano: el cigarro o tus hijos", él dejó sobre el buró la cajetilla que había empezado y no volvió a tocarla. Ahí la tuvo un año. Cuando supo que había vencido definitivamente al vicio la tomó en su mano, la arrugó y la echó a la basura. Vivió 20 años más. La verdad es que todos los días deberían ser de lucha contra el tabaco. Los fabricantes de cigarros y quienes los venden han de ser vistos como personas a las que no les importan la salud y la vida de su prójimo con tal de ganar dinero. Los fumadores y fumadoras deben ser considerados pobre hombres y mujeres que se están suicidando lentamente y que quizás atentan egoístamente contra los que conviven con ellos en la casa o el trabajo. Por eso aplaudo, y con las dos manos, para mayor efecto, a López Obrador y su gobierno por las medidas que han dictado a fin de imponer diversas restricciones a la venta y el consumo de tabaco en sitios públicos, y por la prohibición de los llamados vapeadores, tan peligrosos y nocivos como el cigarro mismo. Asesinemos al asesino. Que desaparezca de nuestra vida antes de que nos la quite. (Uta, por tercera vez  Linares Rivas, Benavente y Manuel Tamayo y Baus). Aquel día iban a decapitar a la reina por orden de Enrique Octavo. Uno de los carceleros de la infeliz soberana le pintó una serie de rayitas en el cuello. Le explicó: "Vuestra Majestad disculpará la molestia, pero es que el verdugo es nuevo, y no sabe exactamente dónde debe dar el golpe". El atildado caballero solicitó en la librería: "Busco el libro 'El cardenal'". Respondió con acritud el encargado: "No manejamos libros religiosos". Aclaró el comprador: "Ese libro trata del pájaro". Ripostó el librero: "Pornografía  menos". FIN.

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