Podré soñar y querer todo, menos olvidar en mi soledad que soy tan igual a los demás que los gusanos no harán diferencia entre mis restos y los de otros semejantes.
Con esa certeza, leo dos noticias que reflejan la ausencia de la más elemental conciencia de lo humano.
Al parecer por compromisos de las agendas de los funcionarios de los tres niveles de gobierno que las ofrecerían, la semana pasada fueron pospuestas las disculpas públicas programadas 11 años después de la tragedia nacional ocurrida en el Casino Royale de Monterrey. Fue hasta este miércoles 31 cuando tuvo lugar ese acto, al cual no asistió el gobernador de Nuevo León.
En la misma semana me entero también de que al imponerse la realidad a la demagogia en el anuncio de la opción que podría llevar 11 meses para rescatar a los mineros atrapados en El Pinabete, municipio de Sabinas, Coahuila, sus familiares aseguraron que fueron retirados el hospital móvil y comedor instalados en el campamento donde esperaban las noticias del operativo.
Las dos noticias me provocan igual número de recuerdos…
Habían transcurrido varios meses desde la primera plática en la que se solicitó el apoyo gubernamental para permutar una pequeña franja de terreno, único escollo para concretar una inversión, totalmente privada, destinada a construir un moderno hospital.
El caso avanzó hasta donde lo permitieron mis atribuciones como secretario técnico del gobernador: hice acopio de la información necesaria para que la máxima instancia tomadora de decisiones actuara.
Sin embargo, lo que dentro de mi visión parecía un caso resoluble, de alcance social y económico importante, sólo obtuvo acuse de recibo. La superficie que rompía la continuidad del proyecto de construcción y se suponía era propiedad del gobierno, había cambiado de dueño para pagar un favor, asunto que, por supuesto, de ninguna manera se quería desenterrar, ni para levantar un nosocomio.
-Con gusto sigo recibiéndote, pero debo recordarte que no está dentro de mis facultades darte la respuesta que necesitas-dije al portavoz de los inversionistas, quizá como sutil invitación para terminar la participación de mi área en la discusión del conflicto.
-Gracias, eso ya lo sé, pero eres la única persona que en esta administración me escucha-respondió en un tono muy distante del punto final de nuestras conversaciones.
Entendí de golpe mi papel como funcionario en la catarsis del ciudadano. Admitir con franqueza las limitaciones para solucionar un problema no es confesión de ineptitud del servidor público, sino manifestación de su primer compromiso: hacer del sentido humano la esencia de su actuar.
En otra ocasión, ahora como profesionista independiente apoyando un proyecto educativo, me fue concertada una reunión con el hermano del presidente de una compañía mexicana con presencia mundial en la industria alimentaria.
Cuando me fue notificada la cita, amablemente se me sugirió llegar con tiempo suficiente a la empresa donde sería esperado, dadas las estrictas medidas de seguridad ahí establecidas. La reunión estaba programada a las 11 de la mañana, pero el deseo de arribar con la anticipación solicitada, aunado a mis prejuicios acerca del tránsito vehicular en la capital del país, me hizo arribar dos horas antes.
Al llegar mi turno para ser atendido en la caseta de vigilancia di el nombre de quien deseaba ver, lo que pareció ser un conjuro. El guardia me apartó de la fila y pronto llegó hasta ahí una atenta empleada que me invitó a ingresar al edificio principal y luego guio hacia una cómoda sala de recepción, donde me ofreció un café y pidió esperar, oportunidad que aproveché para disculparme por mi impuntualidad, pues faltaba cerca de una hora y media para que llegara la hora de la cita.
No pasaron más de cinco minutos en la comodidad del lugar cuando fui sorprendido.
Dispuesto a esperar, inmerso en la lectura de una revista y disfrutando mi bebida percibí la presencia de una persona, lo que me hizo al alzar extrañado la mirada y descubrir súbitamente al empresario con quien tenía la cita. Cortésmente me saludó y pidió lo excusara por hacerme esperar.
Sintiéndome profundamente avergonzado, respondí de pie a su saludo y le manifesté mi total disposición para aguardar. En lugar de una respuesta recibí un ejemplo.
¿Cómo iba a permanecer en la comodidad de su oficina sabiendo que estaba esperándolo?, dijo convencido.
Más allá del cumplimiento de las que consideran sus obligaciones, los hombres comprometidos de verdad con sus semejantes actúan guiados por su sentido humano, ese que los hace saberse iguales a todos.
Difícilmente pueden ser respetados quienes se alejan de la sensibilidad humana y circunscriben únicamente a lo obligado.