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De las palabras del régimen

JESÚS SILVA-HERZOG

Le agradezco a Héctor Vasconcelos su respuesta al artículo que escribí en estas páginas. Hace un par de semanas expresaba mi sorpresa ante su adopción plena de ese lenguaje del régimen que llama a la guerra, que describe al otro como traidor, y que alaba a un hombre como encarnación de la patria. Me refería en particular al senador Vasconcelos porque me extrañaba que, incluso él, un hombre juicioso y sensato, hiciera suya una retórica tan grotesca. Por eso la respuesta que publicó en el diario Milenio es una valiosísima oportunidad de conversar en un momento en que el diálogo parece imposible.

No creo que tenga mucho sentido enfatizar las razones de nuestro desacuerdo sobre el rumbo del gobierno y el efecto de sus políticas. Las diferencias son evidentes y los argumentos de la polémica parecen claros. Lo que me parece relevante, lo que podría llegar a ser útil ahora es abordar el modo en que expresamos nuestro desacuerdo. Me parece alarmante la deriva autoritaria del discurso oficial. En el lenguaje del régimen se manifiesta, cada vez con mayor furor, una intolerancia al otro que va más allá de la natural rispidez de la polémica. La descripción del opositor como enemigo o, más aún, como traidor a la patria es abiertamente fascistoide. Que el presidente llame traidor a la patria a los legisladores que discrepan de él, que la dirigencia del partido mayoritario llame a la denuncia penal de los diputados que detuvieron una reforma constitucional, que un alto dirigente de ese partido llame a fusilamientos simbólicos de la oposición es inaceptable. El oficialismo sostiene que no hay más vía que la suya. Pretende convertir su sectarismo en el único patriotismo.

Las palabras del régimen cultivan una idea de lo público que no es un espacio compartido, con reglas que nos pertenecen a todos; un lugar donde podemos expresar desacuerdos y detectar, al mismo tiempo, coincidencias. El espacio público que construye a diario el discurso oficial es el de un campo de guerra, esa "batalla campal" a la que nos convocó el senador hace poco. No soy quisquilloso. Me parece que el asunto es relevante. El discurso del populismo pretende arrancarle legitimidad a la discrepancia. El otro es un golpista, el otro es un pillo, el otro es la resurrección de todos los malvados de nuestra historia, el otro es un traidor que no merece lugar entre nosotros. Si, en efecto, los otros son traidores no pertenecen al país. Cuando la gobernadora de Campeche grita para que los traidores se larguen de México, no hace más que llevar el discurso presidencial a su consecuencia lógica. La patria es solo nuestra. El maniqueísmo pomposo del discurso oficial me parece ridículo, pero es, al parecer, contagioso. El hecho es que las palabras de la intimidación pesan. No podemos dejar de advertir que el presidente y el Senado colocaron y mantienen al frente de la Fiscalía General de la República a un hombre que ha usado el enormísimo poder de su oficina para sus venganzas personales y las de sus aliados políticos.

Héctor Vasconcelos sugiere que mi oposición al lopezobradorismo es interesada: pertenezco a un grupo que fue mimado y, por haber perdido mis ventajas, soy incapaz de apreciar la hermosa gesta del presente. El argumento sigue el guion oficial: descalificar al crítico para desentenderse de la crítica. Apunta además que mi posición tiene raíz estética. Tal vez. Él, mejor que nadie, aceptará que detrás de todo juicio estético hay un impulso ético. Cuando se me revuelve el intestino al contemplar le genuflexión se activa un resorte que es estético, pero también moral. Los senadores de Morena firmaron un documento que decía: "el presidente Andrés Manuel López Obrador encarna a la nación, a la patria y al pueblo." Los opositores a la Patria Encarnada son, por consiguiente, "mercenarios" y "traidores a la patria." Un documento estética y políticamente repugnante. Uno de los textos más indignos de los últimos tiempos.

No hay en lopezobradorismo quien escape de la trampa de su discurso. Ese es mi punto: la lealtad que ha cultivado López Obrador es una devoción intensa y auténtica. En sus admiradores ha impuesto su lenguaje, su imaginación y su delirio. El "no traicionar" de su credo es el deber de no pensar.

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Escrito en: Editorial Jesús Silva-Herzog editoriales

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