Columnas Social

Columnas

Contraluz

Reflexión en torno a la Navidad

MARÍA DEL CARMEN MAQUEO GARZA.-

Para todos, grandes y pequeños, cristianos y legos, la Navidad representa un alto en el tiempo. Un momento cargado de magia para la convivencia, el agradecimiento y el perdón.

En el seno de algunos hogares, al lado del goce por la reunión, habrá dolor por la pérdida de algún ser querido que dejó el plano terrestre en estos últimos meses. Cuando perdemos a un ser amado sentimos que el universo se paraliza en torno a nosotros. No es fácil asimilar que todo en derredor en realidad continúa, porque así ha de ser, porque la vida de cada uno de nosotros dentro del todo que nos ha tocado habitar, es una arenilla en la inmensa playa cósmica.

La pandemia nos ha dejado grandes enseñanzas. Una de las que yo me llevo bajo el brazo para el resto de mi propio camino, es descubrir que lo que verdaderamente proporciona la felicidad no tiene que ver con regalos de temporada que se dan o se intercambian. Lo profundo en forma auténtica es aquello que damos de corazón, con el alma puesta en ello, independientemente del valor económico de lo obsequiado.

Como cada año surgen las conductas contradictorias entre todos nosotros: Vamos con prisa sobre la cinta asfáltica, a empellones en los locales comerciales, porque nos urge reunir todo lo necesario para celebrar la ocasión. Festividad que tiene que ver con la llegada al mundo de Jesús, ese rey que, con tal de ser accesible para todos, eligió nacer en la más grande pobreza. Buscamos celebrar la ocasión entre viandas y bebidas, cuando el que nace lo hizo sin otro regalo que el calor del pecho de su madre.

Buen momento para repasar lo que ha sido nuestro actuar a lo largo de este año. Las ocasiones cuando ese Jesús semidesnudo y famélico se colocó en nuestro campo visual para tocarnos el corazón, y al que probablemente dejamos con la mano extendida, temerosos de contaminarnos o de empobrecernos con la dádiva. A ese grado nuestro apego a las cosas materiales.

Buen momento para entender que la cultura del individualismo nos lleva finalmente a la soledad. A hallarnos, tal vez rodeados de grandes títulos y suntuosas posesiones, pero solos, sin tener con quien compartir nuestros logros. Una invitación que hoy nos lanza la vida para avanzar en compañía, para dejar de lado la molicie y actuar; desechar el ego maligno y animarnos a compartir el camino, al fin que todos vamos hacia un mismo destino.

El corazón nos tiende trampas. Creemos estar dando amor con una palmadita en la espalda o con un emoticón alusivo a la solidaridad, cuando lo que nuestros hermanos necesitan son acciones puntuales, dirigidas a sanar, a satisfacer esa necesidad que les está sofocando. La generosidad no es de relumbrón para la foto; cuando es verdadera se ejerce desde el silencio, sin aspavientos, convencidos de que no hay mérito en retribuir a la vida un poco de lo que ésta, para nuestra fortuna, nos ha dado de manera sobrada, al grado de permitirnos compartir.

Navidad es tiempo de perdonar, de entender que todos somos humanos, y como tales nos equivocamos y actuamos de una forma que puede lesionar a otros, inclusive a nuestros seres más queridos. Perdonar es liberarnos nosotros de una carga que venimos arrastrando desde el corazón; es tener la sabiduría de reconocer que, finalmente, así como hoy perdonamos, en algún otro momento habremos de ser perdonados.

Ahora, que la enfermedad continúa haciéndose presente en torno nuestro, lejos de angustiarnos conviene, sí, ser cautos, pero no paralizarnos por nuestro miedo vital. Hacer una llamada, enviar un correo; tal vez aproximarnos a quien está solo, enfermo o sufriendo, sea el mejor regalo de temporada que podamos dar.

La alegría de los infantes en estas fechas nos recuerda que la vida está para ser disfrutada. Para despertar a nuestro niño interior e invitarlo por un rato a llevar la batuta de nuestras emociones. Hoy se vale reír, se vale llorar, se vale abrazarnos sin otro propósito que no sea el de hacer manifiesto el amor de Dios entre nosotros, sus hijos.

Van mis mejores deseos para los magnánimos lectores que me han regalado la paciencia de leerme durante este año, tan significativo para mí. A mediados del mismo estuve a punto de perder la vida por una enfermedad que se presentó así de grave como de súbita. Para mi fortuna aquí sigo y aquí sigue mi pluma, afanosa en animarlos a vivir una existencia con significado. Que el día que partamos, lo hagamos habiendo cumplido con el único mandato que San Pablo nos invita acatar: Esto es, vivir el amor en hechos tangibles, un amor sanador, reconstructor, que nos eleve como humanidad a partir de los pequeños actos de cada día. Actos imperceptibles para el mundo, que no se anuncian; en ello precisamente, su grandeza y trascendencia.

¡Feliz Navidad!

https://contraluzcoah.blogspot.com/

Leer más de Columnas Social

Escrito en: contraluz

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Columnas Social

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 2152655

YouTube Facebook Twitter Instagram TikTok

elsiglo.mx