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¿Qué hay detrás de la mano?

MARÍA DEL CARMEN MAQUEO GARZA.-

Esta semana han sido alrededor de quince tiendas de conveniencia de una misma firma comercial. A pesar de la falta de prevención con que respondieron los afectados, sí logra verse en un par de tomas de cámaras fijas a individuos que ingresan con una especie de bazucas con las que apuntan a distintas pilas de mercancía exhibida y les prenden fuego. Su acción incendiaria se acompaña de gritos que logran su objetivo: Espantar a la gente que se hallaba en el inmueble. Se contabilizan un par de muertes en estos hechos.

A ratos me imagino que son algo así como pandillas callejeras de púberes que se encuentran midiendo fuerzas una frente a la otra. A ver quién logra hacer más daño en el menor tiempo. Siempre me he preguntado si las mentes de estos individuos actúan por sí mismas o se hallan bajo el influjo de algún químico psicoestimulante que los envalentona de este modo.

Dentro de tal danza maligna una cosa es clara: La vida humana ha perdido todo valor; la propiedad privada no existe, y todo lo que hay alrededor de estos terroristas pirómanos es visto como objetivo al cual atacar. No encuentro la palabra para describir a una sociedad como la nuestra, que frente al ataque de la delincuencia organizada se queda pasmada, sin proceder con acciones que puedan modificar esos patrones de conducta deletéreos.

El crimen organizado capta a niños y jóvenes para engrosar sus filas. Posiblemente se trate de chicos que hasta ese momento han pasado inadvertidos dentro de su entorno, y a partir de ser tomados en cuenta para desempeñar determinadas funciones, sienten que su vida adquiere sentido. Tal vez vengan por la vida cargados de resentimiento por lo que sus familias o ellos mismos no han tenido, y están dispuestos a cobrar venganza de un modo o de otro. Y si, además, les pagan por hacerlo, pues mucho mejor para ellos.

La descomposición social inicia en casa con las figuras parentales: Ya sea por omisión o por comisión. Por ser padres que no están al tanto de lo que los hijos hacen, o que voltean para otro lado para no enterarse, o que los incitan a tomar por mano propia aquello que, a su juicio, la historia les ha negado por generaciones. Son familias disfuncionales en las que poco o nada se practican los valores que mantienen a una sociedad compacta; niños que van creciendo a la deriva, como plantas solitarias, de esas que crecen junto a un poste o entre las baldosas. De modo que cuando encuentran una tribu que llena su sentido de pertenencia y que además les ofrece una retribución económica, se engancharán sin pensarlo dos veces.

Es mucha casualidad que los ataques a las tiendas de conveniencia en El Bajío se hayan dado con el mismo patrón en una misma noche. Es lógico pensar que detrás de todo ello hay un plan destructor con tintes políticos o económicos. Resulta muy doloroso descubrir que en nuestro país eventos criminales como estos, o bien, nunca se esclarecen, o se investigan y luego se reservan. No creo que los grandes empresarios dueños de las tiendas no tengan modo económico de resarcir estos daños, pero ¿qué hay de las vidas perdidas?...

Como ciudadanía que somos me parece que hay que desintoxicarnos un poco de todo aquello que lleva a la normalización de la violencia. A diario, en todos los medios, nos percatamos de ataques, muertos y heridos. Lo hacemos con tal frecuencia, que llega a crearse una especie de tolerancia, de modo que ya no percibimos el impacto que cada pérdida tiene. Comenzamos a ver los muertos como parte del panorama urbano, como haríamos con un árbol o con un poste. Le restamos las cualidades que hacen a cada ser humano especial, único y fundamental para su comunidad.

¿Qué hay detrás de la mano que activa el arma flamígera? ¿Qué hay detrás de su furia al actuar, del poder que parece demostrar con esos gritos con los que ordena a los incautos rehenes qué hacer? ¿Dónde está la acción de las fuerzas del orden para contrarrestar, frenar o impedir estos actos atroces? Resulta que cada vez tenemos más fuerzas armadas, pero, de manera paradójica, se consigue en menor medida combatir las acciones delincuenciales.

Imposible pararnos frente a la gran problemática nacional para tratar de frenar su incontenible carrera. Lo que sí podemos hacer, y nos corresponde, y a lo que estamos obligados, es a voltear en nuestro entorno; ver ese chico que está a nuestro alcance orientar y ayudar, y hacerlo. Para esos grandes problemas no hay más que una ola de pequeñas acciones, como marabunta, capaces de restarle fuerza a esos consorcios criminales que crecen cual sombras en la noche. Nuestro papel como ciudadanos no se limita a señalar y quejarnos. Nos corresponde diagnosticar qué es lo que sucede y actuar en consecuencia.

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Escrito en: contraluz

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