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A cada quién lo suyo

MARÍA DEL CARMEN MAQUEO GARZA

México es un país peligroso para vivir: Triste conclusión a la que llegamos después de tantos episodios de violación a la vida y a la integridad de sus habitantes. Periodistas que son acallados con plomo; jovencitas levantadas por diversos motivos; niños que no vuelven a ser vistos con vida por sus familiares… La lista es larga y la tristeza honda. Vivimos en un país de sombras largas, como diría el escritor Hans Ruesch, pero en lugar de climas inhóspitos en la tundra, se trata de poblaciones grandes y pequeñas, muchas de ellas bajo el dominio del crimen organizado, en las que, pese al incremento y diversificación de fuerzas del orden, las cosas se perciben cada día más complicadas.

Esta semana continúa la investigación sobre Debanhi; el padre de Yolanda exige que aparezca su hija, aunque ahora sabemos que tenía veinte años sin estar en contacto con ella, y la última novedad al momento de escribir la presente, es que Edward, un niño de diez años en el Estado de México, estuvo desaparecido por varias horas, lo que condicionó que familiares y vecinos afectaran las vías de comunicación para exigir a las autoridades que lo hallaran.

Entendemos que los Poderes de la Unión existen para beneficio de la ciudadanía. Cada cual con funciones precisas por cumplir. Sin embargo, ello no deslinda al resto de la población de hacer lo suyo. Si queremos resultados, nos corresponde a todos actuar en un frente común, por cuantos caminos sean posibles, para obtener óptimos resultados.

Más de un debate he tenido con mi hija, acendrada feminista, con relación a qué hay detrás del estado de cosas que vivimos. Tiene razón en afirmar que, si el Estado cumpliera con sus responsabilidades, ningún niño, ninguna mujer ni algún otro ser viviente correría el peligro que hoy corremos todos. Actividades como ir a la tienda por un refresco llegan a implicar un peligro de muerte para cualquiera. En un país ideal, esto no tendría por qué darse, y en ello, le concedo razón. Aun así, hay otros aspectos que hemos de tomar en cuenta.

Todos deseamos sitios públicos seguros. En mi caso, por la edad, querría calles y parques públicos como los que disfruté de niña en compañía de amigas y vecinas. El mayor peligro era la aparición de un perro bravo que pudiera atacarnos. Cualquier otra amenaza quedaba fuera de nuestro espectro de percepción. En lo personal lo viví muy claro, a mis hijos de niños no les permití esas mismas libertades que implicaban riesgo. Tuve que vivir vigilante, para evitar que algo malo les sucediera. Hoy en día, cuando los niños pequeños son hijos de la generación de mis hijos, sería impensable dejarlos andar en la calle por su cuenta. Tanto así han cambiado las cosas.

Ahora bien, volviendo a la raíz del problema: Los criminales no surgieron por generación espontánea. Son resultado de una serie de factores que han ido condicionando esas conductas delictivas en modo creciente, hasta alcanzar los elevados niveles que ahora se presentan. Hay una distorsión en el concepto de autoridad que nos lleva -como sociedad-a temer imponer cualquier medida disciplinaria, tanto dentro de casa como fuera de ella. Países con otra mentalidad producen resultados distintos: En la Unión Europea, viajando por tren, es posible que nunca se nos pida el boleto, pero si un niño detecta a un adulto que hace fraude y viaja sin pagar, está en todo su derecho de señalarlo ante las autoridades del tren. Aquí en México eso sería impensable. En Cuba, un niño con mal comportamiento en un sitio público puede ser reprendido por un adulto que observa su conducta. Acá se echarían encima familiares y vecinos para confrontar y linchar al adulto en cuestión.

Hemos forjado una nación muy apapachadora con quienes obran mal. Otorgamos el beneficio de la duda hasta casos extremos, aun cuando existan evidencias en audio o en video que los inculpen. Pesa más la palabra de "yo no fui" que la evidencia científica de haberlo hecho. Lo vemos desde encumbrados políticos hasta ladronzuelos urbanos. La autoridad opta por exculpar los hechos, como si fueran sacerdotes en confesión. Llegamos al punto de considerar que no tiene caso levantar una denuncia, pues no se hará nada por sancionar la falta, y en cambio nos pone como denunciantes en riesgo de un daño adicional.

Entendemos que a las instituciones se les paga de nuestros impuestos por cumplir con una función. Sin lugar a duda así es. Ello no nos exime de ejercer nuestro poder ciudadano para regular desde nuestra postura civil, los delitos que detectamos en nuestro alrededor. Generemos dentro del hogar ciudadanos alertas, precavidos y sensatos, que se cuiden unos a otros cuando salen.

A cada quien lo suyo. Cumplamos unos y otros, con aquello que nos corresponde.

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