Mueres un rato, descansas en paz, pero no tanto como para ignorar que en cualquier momento podrás ser llamado al infierno.
¿Por qué sólo retas al sueño profundo y no te decides a entrar todo en él?
Una razón, la sé, son tus culpas, pues aunque a veces lo quieras creer, sabes que es falsa la imagen de héroe impoluto que de ti tienen muchas personas, pues eres un ser humano que como todos peca y anhela perdón.
¿O tu sentido del deber o deseo de santidad impiden que duermas? Si me dices que cumplir con tu obligación te lleva a aventarte al vacío dormido con los ojos abiertos, ir con prisa hacia amenazas desconocidas y estar dispuesto a morir por quien no conoces, te diré que me estás diciendo la mitad de la verdad.
La otra parte, debes admitirlo, apenas unos cuantos pueden conocerla, pues son pocos los privilegiados que saben que la escalera que conduce hacia la gloria está dentro de ese averno donde se funden hasta el temple de los seres humanos más bragados, a excepción de quienes poseen el don, o la patología, que convierte el miedo en gozo, la incertidumbre en placer, el miedo en acción, la cercanía con la muerte en intensidad de vida.
Espera, no corras; tienes sueño, es de madrugada, nadie conocerá tu sacrificio, menos reptando bajo las láminas ardientes del techo colapsado que en unos minutos más te perdonará. Detén ese chorro hirviendo en tu pecho que algunos confunden con la sangre que bombea tu desbocado corazón, pero que tú y yo sabemos es emoción urgida por pasear a toda velocidad.
Ni escuchas ni entiendes ya algo más que la razón de la sinrazón para vestirte de guerrero e ir al encuentro de aquello de lo que otros huyen. Tratar de parar tu carrera sería tan inútil como intentar detener tu respiración: en ambos casos empezarías a morir.
Sales gritando tu orgullo, aunque la ciudad duerma. Lejos de ser llanto, lo que para ti es la música que a todo volumen reclama el paso, es para quien te espera canción que alienta la ilusión de pronto alivio para su pena.
Debes reconocer algo en este camino hacia tu nueva cita con el destino, a la que, como siempre, asistes sin desear que sea la última, pues sabes que los muertos sólo conservan lecciones y tú pretendes preservar vidas.
Mientras llegamos admite entonces que las cosas en tu entorno de trabajo han mejorado, poco o mucho dependiendo de los años que quieras echar atrás en tu memoria.
Como suele suceder en las ciudades de tercera del tercer mundo, el desprecio a la vida humana se refleja por excelencia en tu actividad, empero, antes de tachar todo sugiero subrayar avances -aunque los consideres incipientes- como los que hoy muestran equipos mejores y oportunidades de capacitación más amplias. Estoy seguro de nuestra coincidencia en la negación de la existencia del blanco o negro absolutos.
Por supuesto siguen existiendo problemas de fondo en muchas ciudades mexicanas que impactan tu labor, como la prevalencia del juego de la manipulación política sobre la vida de las personas, insuficiente atención a las áreas de servicio que no signifiquen ingresos para las administraciones gubernamentales, traslado de la tarea a la sociedad civil y omisiones legales para obligar a la prestación con calidad de este servicio, fundamental para la seguridad física y patrimonial de los ciudadanos. En síntesis, muchas veces la desvergüenza arriba del compromiso con el bienestar de las personas.
Pero bien conoces que servir no es acto discrecional, sino elemental deber humano. Comprendes que ningún motivo, aunque sea ajeno a ti, puede paliar la angustia de quien ansía tu arribo, por lo que bajas del vehículo de la esperanza con la enorme fuerza que alimenta el orgullo por tu profesión.
Primero, decenas de personas alrededor del escenario que te convoca; luego, apenas unas cuantas y, finalmente, sólo tú y el compañero que llega en tu apoyo en las entrañas de la bestia, pues a mí, la conciencia que vocifera lo reñido de este acto con la lógica de la mayoría de los seres humanos, la has dejado fuera.
¿Luego? Piel que casi arde, aunque nunca tanto como el corazón de quien le da vida; ojos que sin tristeza y con coraje lloran descontrolados; baño de sudor que aprovecha hasta la última gota almacenada en el cuerpo; almas hermanadas que solidariamente se cuidan y conocen un solo resultado para su esfuerzo: la victoria.
Sin que nadie más sea testigo de su lucha en las entrañas del fuego, tu orgullo y el de todo tu equipo pronto volverán a emerger del denso humo.
Porque ni lo pides ni lo necesitas: ¡felicidades a quienes, como tú, celebraron el lunes el Día del Bombero!